Es necesario reconocer nuestro error y tener en cuenta que solamente Dios produce la transformación en las personas. No somos usted y yo sermoneando a la pareja o, tal vez, a los hijos.
Fernando Alexis Jiménez | Director del Instituto Bíblico Ministerial
Seguir a Cristo y entregarle el gobierno de nuestra vida y de la familia, demanda que tomemos decisiones radicales. Sí, radicales. Estas decisiones se fundamentan en volvernos a Dios. Cuando lo hacemos, partimos de una base: confiamos y nos apropiamos de Su gracia.
Dios perdona nuestros pecados en respuesta a un arrepentimiento sincero, nos ofrece una nueva vida hoy y nos asegura la eternidad con Él.
Vivir a Cristo es lo que marca la diferencia. Permítanos citar aquí al evangelista:
“No crean que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz, sino espada. Porque he venido a poner en conflicto; al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, a la nuera contra su suegra; los enemigos de cada cual serán los de su propia familia”. El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que se aferre a su propia vida, la perderá, y el que renuncie a[su propia vida por mi causa, la encontrará.” (Mateo 10:34-39 | NVI)
Radicalidad aquí no está asociada a asumir una posición religiosa que terminen dañando a los componentes de nuestra familia. En absoluto.
La radicalidad está ligada a acogernos a la gracia de Dios, dejar atrás en el caminar de pecaminosidad deliberada y renunciar a la concatenación de equívocos que nos han llevado a producir heridas emocionales y ofensas a nuestros seres amados, en la familia y aquellos con los que interactuamos diariamente.
Tenga en cuenta que el proceso comienza con la transformación que produce Dios en toda persona. ¿El motivo? El Señor no vivo a salvar familias, sino individuos y esos individuos sometidos al Padre, ejercen influencia y producen cambios al interior del hogar.
Permítanos citar aquí al evangelista Juan:
“Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios. Estos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios.” (Juan 1: 12, 13 | NVI)
Alguien que ha nacido de nuevo, genera un impacto positivo y edificante en la relación conyugal y con los hijos. De igual manera, con sus hermanos y con sus padres.
RECONOZCA SU ERROR
Cuando en la familia se presentan conflictos ligados a la pecaminosidad, cuando se vive sin principios ni valores, cuando unos y otros se echan en cara los errores del presente y del ayer, por mucho que nos esforcemos no hallaremos solución a ese estado.
Es necesario reconocer nuestro error y tener en cuenta que solamente Dios produce la transformación en las personas. No somos usted y yo sermoneando a la pareja o, tal vez, a los hijos:
“En efecto, la ley no pudo liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la naturaleza humana, a fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza pecaminosa, sino según el Espíritu. Por tanto, hermanos, tenemos una obligación, pero no es la de vivir conforme a la naturaleza pecaminosa.” (Romanos 8: 3, 4, 12 | NVI)
Cuando comprendemos esta verdad, dejamos atrás el desgaste de procurar en los demás un cambio en la forma de pensar y de actuar. Nuestra estrategia será diferente porque comprendemos la soberanía del Señor al producir estos cambios (Romanos 7: 15).
Ahora, persistir en que todos actúen como creemos que deberían, caemos en la frontera de la necedad y de la frustración porque no vamos a conseguirlo en nuestras fuerzas. Es mero legalismo que resulta destructivo más que edificante.
“Porque les digo a ustedes que no van a entrar en el reino de los cielos a menos que su justicia supere a la de los fariseos y de los maestros de la ley.” (Mateo 5: 20 | NVI)
En la tarea de producir modificaciones no debemos pretender reemplazar a Dios. Sólo Él tiene esa prerrogativa.
Cuando Dios mora en nuestro ser, se torna evidente, como anota el autor sagrado:
“El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo ha estado pecando desde el principio. El Hijo de Dios fue enviado precisamente para destruir las obras del diablo. Ninguno que haya nacido de Dios practica el pecado, porque la semilla de Dios permanece en él; no puede practicar el pecado, porque ha nacido de Dios.” (1 Juan 3: 8, 9 | NVI)
El autor y expositor bíblico, Paúl Washer, anota lo siguiente:
“Nosotros somos renacidos por la fe. No somos salvos por las obras. Pero una persona que de verdad es cristiano, ha renacido. Dios ha hecho una obra sobrenatural en su vida. Cuando una persona viene a Cristo, es producto de una obra que solamente Él puede hacer. Y lo hace por el Espíritu Santo, en un corazón nuevo. El creyente verdadero se conoce por sus frutos.”
En ese orden de ideas, cuando nos acogemos a la gracia divina, le abrimos nuestro corazón para que obre en él y esos cambios se reflejan en el trato familia.
DIOS TIENE UN PLAN PARA LA FAMILIA
Desde antes de la creación del universo Dios ha tenido un plan para la familia. Las primeras pautas de comportamiento las descubrimos en el libro del Génesis. Lego las vemos escritas en todos los libros de la Biblia y ocurre así hasta el Apocalipsis.
El apóstol Pablo en la carta a los creyentes de Tesalónica trazó pautas que continúan vigentes hasta hoy:
“La voluntad de Dios es que sean santificados; que se aparten de la inmoralidad sexual; que cada uno aprenda a controlar su propio cuerpo de una manera santa y honrosa, sin dejarse llevar por los malos deseos como hacen los paganos, que no conocen a Dios; y que nadie perjudique a su hermano ni se aproveche de él en este asunto. El Señor castiga todo esto, como ya les hemos dicho y advertido. Dios no nos llamó a la impureza, sino a la santidad; por tanto, el que rechaza estas instrucciones no rechaza a un hombre, sino a Dios, quien les da a ustedes su Espíritu Santo.” (1 Tesalonicenses 4: 3-8 | NVI)
Por favor, tome nota de aspectos relevante que hallamos en el pasaje:
+ Dios desea nuestra santificación.
+ Es necesario apartarnos de la pecaminosidad deliberada.
+ Debemos tener a nuestro cónyuge en santidad.
+ Es imperativo respetar la dignidad del cónyuge.
+ Debemos renunciar a la inmundicia.
+ Es primordial honrar a Dios.
Estos principios sencillos y prácticos deben ser transferidos a nuestros hijos y sentar así las bases para que las asuman las nuevas generaciones.
Podemos afirmar entonces que Dios ve a la familia en el contexto de la santificación, es decir, en el marco de un proceso de transformación, no en nuestras fuerzas sino en Su poder, hasta ser a la imagen del Creador.
DIOS DEBE OCUPAR EL PRIMER LUGAR EN LA FAMILIA
Cuando anhelamos una familia sólida, centrada en la gracia de Dios, debemos concederle el primer lugar en el hogar.
Un texto que debemos atesorar en nuestro corazón, lo hallamos en el evangelio de Mateo:
“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente”—le respondió Jesús—. Este es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a este: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas.” (Mateo 22: 37-40| NVI)
Damos pasos en esa dirección cuando tomamos nuestra cruz (Mateo 10: 38, 39).
La cruz no son las pruebas y tribulaciones que enfrentamos todos los componentes de la familia, sino nuestra disposición para identificarnos con el Señor Jesús y decirle un no rotundo al pecado y al gobierno del ego sin control, que nos aparta de Dios.
Recuerde que no es lo que hacemos lo que determina lo que somos, sino lo que somos, lo que determina lo que hacemos. Cuando nuestra identidad está en Cristo, cambiamos definitivamente, comenzando por nuestra relación con los miembros de la familia. La razón es sencilla: comenzamos a pensar y actuar de manera diferente.
Citamos a continuación al autor y maestro bíblico, Neil T. Anderson, cuando escribe:
“Cuando miramos a Dios para descubrir y asumir quiénes somos y por qué estamos aquí, entonces nuestro matrimonio y familia se volverán los instrumentos principales, aquellos instrumentos que Él utiliza para transformarnos a Su semejanza.”
Somos hijos de Dios y asumimos la responsabilidad transformadora que ejerce influencia entre los seres que amamos en el hogar. Conocer quiénes somos en Cristo es un paso esencial en esa dirección, porque nos lleva hacia el cambio y el crecimiento.
@FernandoAlexisJiménez
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