El pecado nos ata. Igual, la crisis de conciencia. Millares de personas están aprisionadas por un pasado de pecado. Les parece imposible salir de su situación.
Fernando Alexis Jiménez | Editor de la Revista Vida Familiar | @VidaFamiliarCo
El hecho es real. Quizá usted la ha leído, también. Por ese motivo, vale la pena recordarla.
Shoichi Yokoi protagonizó una historia increíble, propia del argumento para una novela. El 24 de enero de 1972, lo encontraron en la Isla de Guam.
Estaba refundido en la selva, huyendo de sus enemigos. No había querido rendirse y se había convertido en un espectro.
El soldado japonés, tres décadas después de finalizado el conflicto, seguía combatiendo. Sobrevivió en la manigua y, tras regresar a Japón, fue como héroe nacional
Aunque era libre desde hacía décadas, permanecía prisionero del temor, de situaciones que jamás se producirían. La guerra había terminado.
Igual nuestra vida cuando no comprendemos la gracia de Dios. Permanecemos en el ayer, sin abrir las puertas para el hoy de victoria que el Padre celestial nos llama a vivir.
ES EL MOMENTO OPORTUNO PARA SER LIBRES
El pecado nos ata. Igual, la crisis de conciencia. Millares de personas están aprisionadas por un pasado de pecado. Les parece imposible salir de su situación.
“Por muchos años viví en angustia. Cuando mis hijos estaban pequeños, caí en infidelidad. Mi esposo descubrió todo. Nos separamos por algún tiempo. Luego nos reunimos y el me dio una nueva oportunidad. Volvimos. Sin embargo, la sensación de pecaminosidad me asaltaba en todo momento. Me sentía una mujer sucia y, aun cuando con mi familia íbamos a la iglesia, no me atrevía siquiera a dirigirme a Dios. Mi vida espiritual estaba estancada.”
Ana María describe el dramatismo de su crisis. La experimentó por años.
A esta situación se sumaba el incontable número de religiosos que la rodeaban. Aquellos con quienes compartió sus angustias, en procura de orientación y ayuda, avivaban esa sensación de culpabilidad que la mantenía postrada.
El curso de su historia cambió en tosas las áreas cuando leyó una y otra vez la primera carta del apóstol Juan y, en particular, el siguiente pasaje:
“Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad.” (1 Juan 1: 9 | NVI)
Comprendió la importancia de asumir tres principios, que todos deberíamos atesorar en el corazón:
1.- Reconocer nuestra situación de pecado.
2.- Arrepentirnos y confesar el pecado delante de Dios.
3.- Acogernos a la gracia de Dios que perdona nuestros pecados y nos limpia de toda maldad.
Si Dios nos perdonó, ¿por qué entonces nos culpamos? No tiene sentido. Piénselo.
Ana María hizo un alto en el camino, en el momento apropiado, en lo más profundo de su crisis. Tomó una decisión que marcaría un antes y un después en su existencia. Se perdonó así misma, consciente de que el Señor ya la había perdonado para siempre.
COMPRENDER LA GRANDEZA DEL AMOR Y LA GRACIA DE DIOS
Es esencial que tengamos una clara compresión acerca de la grandeza del amor y la gracia de Dios. ¡Nos hacen libres del pasado y nos permiten emprender el viaje maravilloso hacia una nueva vida!
En esa dirección entendemos el significado de la parábola que compartió nuestro Señor Jesús:
“O supongamos que una mujer tiene diez monedas de plata y pierde una. ¿No enciende una lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y, cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, y les dice: “Alégrense conmigo; ya encontré la moneda que se me había perdido”. Les digo que así mismo se alegra Dios con sus ángeles] por un pecador que se arrepiente.” (Lucas 15: 8-10 | NVI)
Tener un encuentro personal con el Salvador es incomparable, único e irrepetible. Sin embargo, en cada caso es un proceso distinto. Las circunstancias individuales son diferentes. Es una experiencia especial.
Hay quienes se dejan encontrar por Dios en medio de las crisis, mientras que otros lo hacen cuando, por alguna razón, llegan a la conclusión de que nada tiene sentido y que no vale la pena vivir.
UNA LLAMADA A LA PUERTA LE SALVÓ LA VIDA
Por muchas semanas Roberto estuvo planeando cómo suicidarse. Investigó muchos métodos a través de la Internet. De hecho, pretendía que fuera algo rápido y, por supuesto, sin dolor. Cuestión de segundos, pensaba.
Finalmente decidió dispararse. “Será algo inmediato, sin mayor sufrimiento”, razonó.
No soportaba más una vida llena de errores. En su tránsito de maldad, había provocado mucho dolor a las personas que amaba. De hecho, llevaba seis meses divorciado y, de paso, dejó abandonados a sus hijitos.
El día que iba a ejecutar el plan, un domingo en la mañana, alguien llamó con insistencia a la puerta.
Al abrir, se encontró con unos jóvenes que distribuían ejemplares del Nuevo Testamento. Pertenecían al ministerio de los Gedeones.
Los despachó bastante contrariado. Habían interrumpido el plan.
Sin embargo, con curiosidad comenzó a leer un libro específico, la carta del apóstol Pablo a los Romanos.
¡Comprendió la grandeza de la gracia de Dios que nos perdona y ofrece una nueva oportunidad!
¿CUÁL ES SU SITUACIÓN HOY?
Es importante que hagamos un alto en el camino y nos auto evaluemos. ¿Cómo nos encontramos actualmente? ¿Reconocemos el pecado que nos impide cambiar y crecer?
Si descubre la necesidad de emprender una nueva vida, habrá dado el primer paso. La gracia de Dios le permitirá avanzar.
Nuestro amado Padre conoce nuestro pasado, presente y futuro; Él sabe de nuestros equívocos y con la gracia, acoge nuestra petición de perdón.
Hace ya muchos siglos, el rey David se apropió de ese favor inmerecido del Creador y escribió:
“Ten compasión de mí, oh Dios, conforme a tu gran amor; conforme a tu inmensa bondad, borra mis transgresiones. Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado. Yo reconozco mis transgresiones; siempre tengo presente mi pecado.” (Salmo 51:1-3 | NVI)
No es por obras que alcanzamos el perdón divino, es por Su gracia, Nada más que eso.
Fue esa gracia la que llevó al Señor Jesús en la cruz a morir por nuestros pecados, para traernos perdón y asegurarnos una nueva vida. Permita que Cristo Jesús more en su corazón.
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