Deje de lado las limitantes de la religiosidad

La religiosidad y el legalismo han tomado fuerza en muchos denominaciones cristianas. El problema estriba en que, desde los púlpitos, solo se predica sobre condenación y se deja de lado la gracia de Dios.


Fernando Alexis Jiménez | Editor de la Revista Vida Familiar | @VidaFamiliarCo


Escuché hace algún a una persona reconocida en la televisión colombiana, quejándose por la actitud de muchas iglesias cristianas a las que asistió, pero no la dejaron perseverar. Apenas la vieron llegar y la asociaron con su condición de activista del movimiento LGTBIQ, asumen una actitud displicente o de rechazo.

Por supuesto, sé que quizá a usted el asunto tal vez le resulte chocante e, incluso, deje de leer el resto del contenido. Es previsible.

Ahora imagine que al templo donde usted asiste, llega alguien de mal vestir, que es evidente lleva varios días sin bañar, sucio y, además, con mal olor. ¿Cree que los recibirían con los brazos abiertos?

Ahora, vamos un poco más allá. En la primera fila de asientos, se acomoda un joven. Pero a todas luces, está drogado. ¿Le daría usted la mano?

No necesita responderme. Simplemente le animo a evaluarse. Es un asunto común en las congregaciones. De hecho, algo que brilla por la ausencia, es la misericordia.

Traslademos el asunto a otro escenario. Viajemos en el tiempo. Vemos a Jesús y a una multitud que le sigue. Cae la tarde, hay un calor insoportable en el ambiente y todos se agolpan para tocar o, al menos, lograr la atención del Maestro.

Ahora, intempestivamente, se le acercan un drogadicto, un mendigo y alguien que se declaró homosexual. ¿Qué haría? ¿Acaso lo rechazaría? Por cierto, que no. Jesús demostró amor ilimitado, comprensión y tolerancia hacia las personas.

La conversión de las personas se produce una vez comprenden los alcances de la gracia de Dios, reconocen su pecado y se convierten. El arrepentimiento es la palabra clave.

LOS MODELOS EQUIVOCADOS DEL CRISTIANO

La religiosidad nos lleva a definir unos patrones de cómo debería ser un cristiano. No en consonancia con la Biblia, sino conforme a nuestra concepción humana. Pensamos y actuamos a partir de las ideas preconcebidas y definimos cómo debería pensar, actuar y hasta de vestir de alguien que profese fe en Jesucristo.

Puede que pensamos que es la forma apropiada de actuar, pero finalmente, nuestro amado Dios conoce quiénes somos, hasta en lo más íntimo del ser.

En la Palabra leemos:

«Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre al ver las señales que hacía. En cambio, Jesús no les creía porque los conocía a todos; no necesitaba que nadie le informara nada acerca de los demás, pues él conocía el interior del ser humano.» (Juan 2: 23-25 | NVI)

Pensar que la religiosidad que señala y condena a los demás, agrada a Dios, es un equívoco.

De hecho, nuestro el Supremo Hacedor quien inspiró al autor:

«Lo que pido de ustedes es amor y no sacrificios, conocimiento de Dios y no holocaustos.» (Oseas 6: 6 | NVI)

En esa dirección, es necesario evaluarnos. La religiosidad y el legalismo alrededor de los cuales hemos construido nuestra vida de fe, quizá dista mucho del cristianismo bíblico, que tiene como soporte la gracia de Dios.

NICODEMO, UN RELIGIOSO QUE DESEABA CAMBIAR

Los religiosos alimentados por el legalismo, siempre han existido. Y destilan su animosidad por todas partes. Le cierran las puertas a quienes desean volverse a Cristo.

Le invito para que recordemos a Nicodemo. Fariseo, principal entre los judíos, religioso y, de la mano, legalista.

Sin embargo, en su espiritualidad deseaba llegar a un nuevo nivel. No obstante, los prejuicios religiosos lo condicionaban, como leemos en Juan 3: 1, 2. Por ese motivo, fue a buscar al Maestro en horas de la noche.

Jesús le refirió la necesidad de experimentar transformación, es decir, nacer de nuevo (Juan 3: 3) Pero, aunque le explicó el asunto, Nicodemo, gobernado por la religiosidad, no podía romper fácilmente sus paradigmas:

“—¿Cómo puede uno nacer de nuevo siendo ya viejo? —preguntó Nicodemo—. ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y volver a nacer? —Yo te aseguro que quien no nazca de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios —respondió Jesús—. Lo que nace del cuerpo es cuerpo; lo que nace del Espíritu es espíritu.” (Juan 3:4-6 | NVI)

Quedó planteada una ruta, que comienza con nuestra evaluación y arrepentimiento de la pecaminosidad. Acogernos a la gracia de Dios y así, vivir conforme a Su Espíritu en nosotros.

Es esencial que le permitamos al Padre celestial tomar el control de nuestra existencia. Por las buenas obras, no seremos salvos, ni tampoco cambiaremos.  Solo es posible cuando caminamos de Su mano, asidos de Su gracia.

EL HERMANO DEL HIJO PRÓDIGO ERA UN RELIGIOSO

¿Lo había pensado así? El hermano del hijo pródigo era un religioso y, además, legalista, como aprendemos en el relato del evangelista Lucas:

“Indignado, el hermano mayor se negó a entrar. Así que su padre salió a suplicarle que lo hiciera.  Pero él le contestó: “¡Fíjate cuántos años te he servido sin desobedecer jamás tus órdenes, y ni un cabrito me has dado para celebrar una fiesta con mis amigos! ¡Pero ahora llega ese hijo tuyo, que ha despilfarrado tu fortuna con prostitutas, y tú mandas matar en su honor el ternero más gordo!”» “Hijo mío —le dijo su padre—, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo.” (Lucas 15: 28-31 | NVI)

Le animamos a leer cuidadosamente el pasaje bíblico. No una vez, sino cuantas sea necesario. Descubrirá al menos tres aspectos:

  • El hijo mayor albergaba resentimiento en su corazón, hacia su hermano y hacia el padre.
  • El hijo mayor se había movido siempre alrededor de las limitaciones y no disfrutó de la vida plena que el padre le ofrecía.
  • El hijo mayor cuestionaba la forma de vida del hijo pródigo y, bajo ninguna circunstancia, compartía la misericordia del padre.

Si Dios es nuestro Padre, si nos acogemos a Su gracia, estamos llamados a experimentar una vida plena. Satanás, nuestro adversario espiritual, siempre nos venderá la idea de que solamente bajo la religiosidad y el legalismo, agradaremos a nuestro Padre celestial. ¡Tremenda mentira!

Esas especies que el enemigo ha promovido en las iglesias, las personas ponderan más el temor a un Dios castigador, que a un Dios de amor.

Si desea una existencia renovada, debe apropiarse de la gracia de Dios, que no rechaza, son que acoge al pecador, sin importar de dónde venga, ni el pasado de pecaminosidad que arrastra.


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