Actitudes y hábitos que nos contagian y nos destruyen

Karla al igual que infinidad de personas que nos rodean, quizá usted mismo, reconoció que había estado inmersa en una vida de pecaminosidad que le impidía avanzar.

Karla al igual que infinidad de personas que nos rodean, quizá usted mismo, reconoció que había estado inmersa en una vida de pecaminosidad que le impedía avanzar.


Fernando Alexis Jiménez | Editor del Portal Familias Sólidas


La historia de Karla Barber podría servir de base para una historia de telenovela o una de esas películas de superación que han tomado tanta fuerza en nuestro tiempo.  Después de haber ejercido como profesional cayó en una espiral hasta el ejercicio de la prostitución por unos cuantos dólares cada nueva cita. Revela que todo comenzó con amistades cuyas actitudes, hábitos y vicios la sedujeron.

Nació en el interior de un hogar practicante de la fe. Iban cada semana a una iglesia local. Sin embargo, la familia enfrentó la ruptura y el progenitor cayó en el alcoholismo.

Karla por su parte comenzó a frecuentar amigos inmersos en el alcohol, la promiscuidad y las drogas. “Me parecía divertido en aquella etapa de mi juventud”, relata. Esas adicciones la acompañaron cuanto, en ejercicio de la profesión de enfermera, llenaba la soledad y los vacíos embriagándose hasta perder el conocimiento o, quizá, con alguna sustancia.

Llegó un punto de su vida en la que, para financiar las drogas y la bebida, se prostituía. Una vez conseguía dinero, se apartaba por algunos días, pero pronto volvía a lo mismo. Un círculo en apariencia interminable.

Fue a través de una amiga que recibió el evangelio de gracia, del perdón de Dios por la obra de Jesús en la cruz. Él ya pagó por nosotros en el Gólgota para reconciliarnos con el Padre, abrirnos la puerta a una nueva vida y asegurarnos la eternidad con Él.

Carla está casada con Scott y tiene una familia. Desarrollan un ministerio en el Estado de Colorado, en Norteamérica. “Dios me miró con gracia y me rescató de una vida de perdición. Me perdonó, me restauró, me salvó y me hizo su hija”, relata con una amplia sonrisa al referirse a su nueva condición en Cristo Jesús.

CONDUCTAS QUE SE CONTAGIAN

La apasionante historia de Karla Barber tiene un eje común para muchos: se dejó cautivar por las actitudes y hábitos de sus amigos. Quizá se pregunte: ¿Realmete son algo contagioso? Por supuesto que sí.

De acuerdo con estudios científicos, no solamente se contagian las enfermedades.  También los estados de ánimo y la conducta. Así lo reafirman en un estudio los profesionales, Travis Lane Stork y Rachel Ross, publicado en una revista científica estadounidense. Se fundamentan en investigaciones de las Universidades de Harvard, Notre Dame y San Diego.

Según plantean, nos contagiamos con el estrés, los pensamientos negativos, el mal genio y, por supuesto, las adicciones. También hechos eventuales como los bostezos, rascarse, reírnos, llorar y toser.

El doctor, Travis Lane Stork, explica:

“Nos gusta pensar que controlamos nuestra salud, pero numerosos estudios indican que los rasgos y las decisiones de nuestros amigos e incluso, de terceras personas, influyen en nosotros. Se observó que cuando una persona deja de fumar, las probabilidades de que sus aigos y familiares cercanos fumen, disminuye en un 36 por ciento. Hay un efecto de onda expansiva.”

Es importante hacer un alto en el camino y evaluar qué actitudes y comportamientos hemos asumido como en una especie de contagio, proveniente de las personas con las que interactuamos diariamente.

UN DIOS DE MISERICORDIA

Cuando Karla volvió su mirada a Dios, recibió no solamente perdón de sus pecados sino, también, la fortaleza para vencer sus adicciones. Es algo que solamente el Padre puede hacer, no en nuestras fuerzas, sino en las que provienen de Él.

«Él volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades y echará a lo profundo del mar todos nuestros pecados.» (Miqueas 7: 19; proverbios 28: 13)

La fortaleza en Dios nos rescata de cualquier hábito o adicción que nos destruye. La clave está en depositar toda nuestra confianza en Su fortaleza, que nos hace libres:

«Él nos ha librado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.» (Colosenses 1:13-14)

La experiencia de cambio y transformación que vivió esta mujer por la gracia de Dios, es la misma que puede vivir usted hoy mismo. La gracia es también para usted, disponible hoy, pero el Señor no lo obligará a aceptarla.  Está a un paso de emprender una existencia renovada.

UNA NUEVA VIDA POR GRACIA DE DIOS

Karla al igual que infinidad de personas que nos rodean, quizá usted mismo, reconoció que había estado inmersa en una vida de pecaminosidad que le impedía avanzar. En su caso tal vez atraviesa crisis frecuentes a nivel personal y familiar. Probablemente ha pensado que no hay salida para el laberinto.

Cuando vamos a la Biblia, leemos:

“Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, nos apartamos cada cual por su camino; pero el Señor hizo que cayera sobre Él la iniquidad de todos nosotros.” (Isaías 53: 6 | NBLA)

Un texto corto que resume nuestra salvación. Jesucristo murió por nuestros pecados, esas trasgresiones a la voluntad y propósito de Dios, que nos distancian de Él. Aunque merecemos la condena eterna por la maldad, nuestro amado Salvador llevó toca la culpa y pagó el precio.

Lo esencial es reconocer que hemos pecado. Si admitimos una vida de maldad, Dios nos perdona:

“Por tanto, arrepiéntanse y conviértanse, para que sus pecados sean borrados, a fin de que tiempos de alivio vengan de la presencia del Señor, y Él envíe a Jesús, el Cristo designado de antemano para ustedes.” (Hechos 3: 19, 20 | NBLA)

Al hacerlo, nuestras vidas son transformadas gracias a la sangre que vertió el Señor Jesús en la cruz:

«Pero si andamos en la Luz, como Él está en la Luz, tenemos comunión los unos con los otros, y la sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado.» (1 Juan 1: 7 | NBLA)

Esa decisión, la de acogernos a su gracia, marca un antes y un después porque nos convierte en hijos de Dios por la obra redentora de Jesús en la cruz:

“Pero a todos los que lo recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en Su nombre, que no nacieron de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios.” (Juan 1: 12, 13; Romanos 8: 16, 17 | NBLA)

Estamos frente a la oportunidad de emprender una nueva vida aquí, por la gracia del Padre que nos perdona y nos asegura vida eterna, no por nuestras obras, sino por la obra salvífica en el Gólgota. Jesús llevó todos nuestros pecados en la cruz (1 Pedro 2: 24, 25; Efesios 1: 7) La decisión está en sus manos. Aprópiese de la gracia de Dios.

© Fernando Alexis Jiménez

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