¿De dónde proviene la enfermedad?

Clame al Supremo Hacedor. Para Él no hay nada imposible. En Sus manos está el sanarlo, si está en su voluntad, la que debemos aceptar—por supuesto. Análisis a la luz de la Biblia.

Clame al Supremo Hacedor. Para Él no hay nada imposible. En Sus manos está el sanarlo, si está en su voluntad, la que debemos aceptar—por supuesto. Análisis a la luz de la Biblia.


Fernando Alexis Jiménez | Editor del blog SalvosporlaGracia.com


Nadie puede negar lo traumático, frustrante y dolorosa que puede resultar una enfermedad en nuestra vida o la de que algún ser querido. La enfermedad tiene dos orígenes: el pecado del género humano o, en segundo lugar, un deterioro físico natural que, cuando clamamos a Dios, termina glorificándolo a Él por su poder ilimitado.

Comencemos por el pecado. El apóstol Pablo al escribir a los creyentes de Roma, advierte:

«Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.» (Romanos 5: 12; Cf. 3:23 | RV 60)

El apóstol Santiago anota que, volverse a Dios al renunciar al pecado, trae vida:

«Por lo cual, desechando toda inmundicia y todo resto de malicia, reciban ustedes con humildad la palabra implantada, que es poderosa para salvar sus almas. Sean hacedores de la palabra y no solamente oidores que se engañan a sí mismos» (Santiago 1:21-22 | NBLA)

El escritor y teólogo, Charles Swindoll, anota lo siguiente:

 “Nadie es inmune al pecado y sus consecuencias. Por encantador que pudiera ser alguno de sus hijos o su nieto, nacieron con una naturaleza pecaminosa. Y esta naturaleza incita no solamente a la desobediencia, sino que es la fuente de la enfermedad, del sufrimiento y, al fin de cuentas, de la muerte. Aquellas cosas son parte de la caída de nuestra naturaleza adámica. Están entretejidas en toda la humanidad.” (Citado en el libro “Más cerca de la llama”)

Cuando la pecaminosidad trae como consecuencia, algo que ocurre en infinidad de personas que caen en excesos y no se cuidan, que es alguna enfermedad, resulta esencial hacer un alto en el camino.

EVAUAR QUÉ PUEDE ESTAR PASANDO

El rey David cayó en adulterio con Betsabé. En su vida experimentó el deterioro, hasta el punto que escribió:

«Mientras callé mi pecado, mi cuerpo se consumió con mi gemir durante todo el día.  Porque día y noche Tu mano pesaba sobre mí; mi vitalidad se desvanecía con el calor del verano. (Selah) Te manifesté mi pecado, y no encubrí mi iniquidad. Dije: «Confesaré mis transgresiones al Señor»; y Tú perdonaste la culpa[a] de mi pecado.» (Salmo 32: 3-5 | NBLA)

La situación que vivió en carne propia, coincide con lo que también anotan las Escrituras:

«Por causa de sus caminos rebeldes, y por causa de sus iniquidades, los insensatos fueron afligidos. Su alma aborreció todo alimento, y se acercaron hasta las puertas de la muerte. Entonces en su angustia clamaron al Señor y Él los salvó de sus aflicciones.» (Salmos 107:17-19; Cf.  Salmo 38: 3; Ezequiel 4: 17 | NBLA)

Un primer paso para alguien que enferma, es volver la mirada a Dios y acogerse a su gracia, en la certeza de que, si está en la voluntad del Padre, recibirá la sanidad que necesita.

ENFERMEDADES QUE GLORIFICAN A DIOS

Hay otras enfermedades que como decíamos al comienzo, pueden dar paso al mover de Dios y glorificarlo. Le animamos a leer un pasaje memorable en el ministerio del Señor Jesús:

“Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y Sus discípulos le preguntaron: «Rabí, ¿quién pecó, este o sus padres, para que naciera ciego?». Jesús respondió: «Ni este pecó, ni sus padres; sino que está ciego para que las obras de Dios se manifiesten en él.” (Juan 9: 1-3 | NBLA)

Acto seguido el Señor Jesucristo trajo sanidad a la vida de este hombre:

“Habiendo dicho esto, escupió en tierra, e hizo barro con la saliva y le untó el barro en los ojos al ciego, y le dijo: «Ve y lávate en el estanque de Siloé» (que quiere decir Enviado). El ciego fue, pues, y se lavó y regresó viendo.” (Juan 9: 6, 7 | NBLA)

Igual puede ocurrir con usted. Dios tiene el poder para sanar. Es importante rendirnos a Él, en la situación que estemos atravesando.

Permítanos citar nuevamente al teólogo norteamericano, Charles Swindoll:

“¿Quién puede del poder de Dios para sanar? ¡Negarlo sería negar las Escrituras! El que crea la vida ciertamente puede sanarla. La mayoría de los cristianos evangélicos que conozco no vacilarán en decir que el Señor sana.  Lo hemos visto sanar matrimonios destrozados, vidas rotas y emociones llenas de cicatrices. ¿Quién de nosotros pudiera dudar que Él sanó enfermedades físicas y mentales? ¿No deberíamos orar para que intervenga por nosotros o algún ser querido cuando enferma?… Lo que no creo es que Dios haya puesto sus poderes de sanidad en manos de unos pocos individuos “ungidos” que afirman realizar sanidades divinas. Tampoco creo que Dios sea la fuente de toda la proliferación de las llamadas sanidades de hoy.”

Quien sana es nuestro Padre celestial, no el hombre. Es el Señor quien libera el poder, no los seudo-sanadores que abundan por ahí y que promueven cultos donde, aseguran, los enfermos reciben sanidad. No glorifican a Dios, sino a sus propios ministerios, como suelen llamarle a lo que hacen.

Clame al Supremo Hacedor. Para Él no hay nada imposible. En Sus manos está el sanarlo, si está en su voluntad, la que debemos aceptar—por supuesto.

APRÓPIESE DELA GRACIA

Si bien es cierto el Señor desea nuestra sanidad, también es cierto que el propósito de Dios es perdonarnos de la maldad, en respuesta a nuestro arrepentimiento y extendernos Su gracia amorosa que nos libra de condenación y nos concede vida eterna.

El rey David escribió:

«Bendice, alma mía, al Señor, y bendiga todo mi ser Su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de Sus beneficios.  Él es el que perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus enfermedades; el que rescata de la fosa tu vida, el que te corona de bondad y compasión; el que colma de bienes tus años, para que tu juventud se renueve como el águila. El Señor hace justicia, y juicios a favor de todos los oprimidos.» (Salmo 103: 1-6 | NBLA)

Dios nos bendice con el perdón, pero no nos obligará. La decisión está en sus manos. Aprópiese de la gracia divina. Este es el día oportuno. Él lo limpiará de su maldad, por la obra redentora de Jesucristo en la cruz. Ábrale las puertas de su corazón.

@SalvosporlaGracia | ©Fernando Alexis Jiménez

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