Puede que usted sienta que ya no vale la pena vivir. Quizá un problema familiar, financiero, una enfermedad o quizá una adicción. Lo que desea es morir. Hay esperanza. Está en la gracia de Dios. Él nos rescata de la situación en la que nos encontramos, por más desesperada que parezca.
Fernando Alexis Jiménez | Editor del Portal SalvosporlaGracia.com
De Yefri se puede decir que cayó por la espiral de las adicciones, a las drogas y el alcohol, hasta tocar fondo. Creyó que jamás podría salir del lodazal en el que estaba inmerso, creyendo que su vida no tenía sentido. Lo más cercano para alcanzar la paz, sería la muerte.
“Al caer en la adicción a las sustancias psicoactivas, provoqué profundas heridas a mi familia y a los seres que amaba. Ellos se preocupaban por mí, pero yo no lo entendía. Les dolía verme deambulando en las calles. Aun así, las manipulaba y les mentía para obtener dinero e ir a consumir”, relata al rememorar su pasado.
POR CURIOSIDAD
Su trasegar por el infierno de las drogas comenzó con un impulso de curiosidad, cuando apenas tenía 17 años y residía, junto con su familia, en los Estados Unidos.
“Me inicié con la marihuana y luego fui escalando, buscando sensaciones más fuertes. Probé la cocaína y el crack. Quedé atrapado. Por la adicción, perdí todo. Invertía mi tiempo en consumir. Descuidé la relación familiar, el trabajo, los amigos, mi cuidado personal y renuncié a los sueños que acaricié desde la niñez”, relata este hombre, que veía cómo se deterioraba y caía más bajo cada vez.
No tenía donde vivir y menos un lugar para pasar la noche. Se alimentaba con comida que obtenía en los tarros de basura. Las personas lo esquivaban por el mal olor.
«Hubo mucho sufrimiento, un sufrimiento que todavía está en proceso de sanidad, con ayuda del Señor Jesucristo.», describe Yefri Domínguez, al rememorar lo que fue su infierno en las adicciones.
Por mucho tiempo su familia, que lo amaba y buscaba de forma permanente, perdió su rastro. Huía. “Los hice sufrir mucho. Le robaba a mi madre y a mis hermanos para consumir. Fingía necesitar ayuda para conseguir lo que yo sabía que no iba a usar en comida o roba, sino para drogarme. Abusaba de la confianza.”
A causa de su condición, que se prolongó por muchos años, su progenitora enfermó. Su padre sufría calladamente.
CRISTO ROMPIÓ LAS CADENAS
En su temprana juventud Yefri conoció el evangelio, pero se apartó. Cuando sufría, sintiendo que en sus fuerzas no podía ser libre de las adicciones, imploraba a Dios.
Nos recuerda al rey David cuando escribió:
“Los lazos de la muerte me rodearon; ¡me arrolló un torrente de perversidad! Los lazos del sepulcro me rodearon; ¡me vi ante las trampas de la muerte! Pero en mi angustia, Señor, a ti clamé; a ti, mi Dios, pedí ayuda, y desde tu templo me escuchaste; ¡mis gemidos llegaron a tus oídos!” (Salmo 18: 4-6 | RVC)
Entraba y salía de centros de rehabilitación sin que su vida experimentara transformación. De hecho, ya no querían recibirlo en ninguno. Todos alrededor repetían que no había oportunidad para que superara la adicción.
Solamente Jesucristo rompió las cadenas cuando se rindió a Él, consciente de que en sus fuerzas no podría escapar del vicio.
“Estaba hecho pedazos, sin visión de futuro, sin norte en la vida, nada. Simplemente llegué, puse mi vida en las manos del Señor y, con el paso de los días, empecé a sentir a Dios en mi interior. Yo conocía y sabía cómo era Dios y empecé a sentirlo obrando en mi vida, tuve esa experiencia. El Señor me escuchó, me oyó, recibió mi vida hecha pedazos y empezó a reconstruirla.”, relata al describir gráficamente de qué manera lo cobijó la gracia divina.
Hoy Yefri es padre de familia, un esposo considerado y sirve a Dios en República Dominicana. La gracia de Dios lo transformó. Hoy no desaprovecha oportunidad para hablarle a otras personas acerca de la libertad que hay en Cristo Jesús.
UNA NUEVA VIDA NOS ESPERA
El autor, Tullian Tchividjian, anota lo siguiente:
“Cuando aquellas personas que han huido de Dios finalmente dan media vuelta, Dios siempre las recibe. Jesús es la mayor declaración de esta postura de Dios. Dios siempre recibe con los brazos abiertos a quienes se dan cuenta de que su única esperanza es dejar de confiar en sí mismos para ir corriendo hacia Dios.”
Nuestro amoroso Padre le espera con los brazos abiertos. Puede que haya cometido muchos equívocos en su existencia, pero en respuesta a un sincero arrepentimiento, Dios perdona nuestra maldad y nos abre nuevas puertas. Jesús ya pagó por nuestros pecados en la cruz.
¿Y si estamos angustiados? La clave radica en no seguir luchando en nuestras fuerzas. Hasta hoy hemos obrado así, y nos equivocamos.
Cuando vamos a Dios, en medio del desespero, Él escucha nuestro clamor (1 Samuel 1:10; Jonás 2:1-5; Salmos 31: 22; 34: 6; Lamentaciones 3: 54-56; Santiago 5: 13)
Es cierto, hemos fallado una y otra vez. Sin embargo, Dios no nos guarda rencor. Sabe que por naturaleza somos rebeldes, pero nos ama.
Lo más seguro es que en las denominaciones a las que hemos asistido, enfatizaron únicamente en la condenación. No nos hablaron del amor de Dios. Nos enseñaron la mitad del Evangelio. Sin embargo, algo de lo que no nos compartieron lo suficiente, es de que el Padre nos extiende el perdón para que comencemos de nuevo (Jonás 3: 7-9; Mateo 3: 8; Hechos 26: 20)
Hoy es el día oportuno para volver la mirada a Dios, como anota el profeta Isaías:
“Busquen al Señor mientras pueda ser hallado; llámenlo mientras se encuentre cerca. ¡Que dejen los impíos su camino, y los malvados sus malos pensamientos! ¡Que se vuelvan al Señor, nuestro Dios, y él tendrá misericordia de ellos, ¡pues él sabe perdonar con generosidad!” (Isaías 55: 6, 7 | RVC)
Aun cuando no cometió pecado alguno, Jesús el Señor cargó con todas nuestras culpas. Nos asegura el perdón y la vida eterna y, de la mano con la obra redentora, nos permite ser hijos de Dios.
DIOS RESCATA A LOS FRACASADOS
Quizá por alguna circunstancia usted enfrenta una situación personal, espiritual o familiar que le hace sentir en las fronteras del fracaso. Piensa que no hay una nueva oportunidad. Llegó a un callejón sin salida. Es más, ha pensado en la muerte. “Sería la única solución”, murmura entre dientes tras comprobar que nada pareciera funcionar.
Sin embargo, le tenemos buenas noticias. Hay una nueva oportunidad. Comienza cuando nos rendimos a Dios y nos acogemos a Su gracia infinita.
El evangelio de Juan nos relata la historia de un evento doloroso que involucró a tres personas a quienes amaba Jesús. Una familia cercana a sus afectos:
“Había un hombre enfermo, que se llamaba Lázaro y era de Betania, la aldea de María y de Marta, sus hermanas. (María, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo, fue la que ungió al Señor con perfume, y quien le enjugó los pies con sus cabellos.) Las hermanas mandaron a decir a Jesús: «Señor, el que amas está enfermo.» Cuando Jesús lo oyó, dijo: «Esta enfermedad no es de muerte, sino que es para la gloria de Dios y para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.» Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro.” (Juan 11:1-5 | RVC)
Pasaron varios días antes que Jesús emprendiera camino a Betania. Por supuesto, Lázaro ya había muerto. Sin embargo, Dios no improvisa. Él tiene todo cuidadosamente calculado.
«Cuando Marta oyó que Jesús venía, salió a su encuentro; pero María se quedó en casa. Y Marta le dijo a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. «(Juan 11: 20, 21 | RVC)
¿Le ha ocurrido alguna vez que ante una situación inesperada y dolorosa, antes que confrontarla, usted volcó su frustración en Dios? A todos nos ha ocurrido.
En la novela «La Cabaña«, Mackenzie Mack Phillips es el padre de una niña que es abusada y asesinada por un psicópata. Y por mucho tiempo, él culpa a Dios de su desgracia. Solo un encuentro con el Padre le mostró que estaba equivocado.
El Señor nos ama y desea siempre lo mejor para nosotros, como describe el autor, William Paul Young. En su apreciación, coinciden decenas de pasajes de la Biblia.
EN CRISTO HAY VIDA ETERNA
Por su infinita gracia, Dios perdona nuestros pecados y nos ofrece vida eterna. En el diálogo que sostiene el Señor Jesús con Marta, la hermana de Lázaro, hace una revelación alentadora para todos nosotros.
«Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?» Le dijo: «Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo.»» (Juan 11: 25-27 | RVC)
Observe tres hechos puntuales que nos amplían el panorama alrededor de la gracia divina:
- En Jesucristo encontramos vida y resurrección.
- El que cree en Jesucristo no morirá eternamente.
- Si creemos en Jesucristo veremos la gloria de Dios (Juan 11: 39. 40)
Bajo inspiración divina, hace muchos siglos el profeta escribió:
“Hace ya mucho tiempo, el Señor se hizo presente y me dijo: «Yo te amo con amor eterno. Por eso te he prolongado mi misericordia.” (Jeremías 31: 3 | RVC)
El amor que Dios tiene por nosotros es eterno, es decir, no tiene principio ni fin. Nos extiende Su gracia sin que la merezcamos. Sin embargo, no nos obliga a apropiarnos de Su misericordia. Es una decisión que debemos asumir.
Permítanos citar nuevamente al autor, Tullian Tchividjian, cuando escribe:
“La resurrección de Cristo reveló para siempre nuestra esperanza cierta y emocionante, esperanza de vida eterna, que está disponible para nosotros por la fe. Y en su gracia misteriosa y siempre sorprendente, el Señor ha usado la experiencia correctiva de los seres humanos.”
El perdón de pecados y la vida eterna, ligados a la obra redentora de Jesús en el Calvario, son la demostración del amor que Dios nos tiene:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y ésta es la condenación: que la luz vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no se acerca a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Pero el que practica la verdad viene a la luz, para que sea evidente que sus obras son hechas en Dios.»” (Juan 3:16-21 | RVC)
La condenación, de acuerdo como lo enseña la Biblia, está ligada a quienes no creen en la obra de Salvación de Jesús. Aquellos que rechazan su sacrificio en la cruz, o sencillamente lo desestiman.
La decisión de ser salvo o incurrir en la condenación eterna está en sus manos. Ábrale su corazón a Jesucristo. Aprópiese de la gracia divina. Hoy es el día oportuno para tomar la decisión.
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