En el proceso de cambio, transformación y crecimiento personal, espiritual y familiar, no estamos solos. Dios nos acompaña en cada nuevo paso. Ríndase al Señor hoy.
Por Fernando Alexis Jiménez | Misión Edificando Familias Sólidas
Quienes conocieron a Aldo Elgueta en su juventud, en Chile, coincidían que en que era un caso perdido. Un adicto voraz, vinculado a hechos violentos, que solo vivía para consumir. “Consumí mucha droga, alcohol, fui violento junto con mis amigos, e incluso, tuve relación con el microtráfico.”, relata.
“Algunos de sus amigos murieron en peleas y, otros, en la cárcel”. Reconoce que, en su caso, la gracia de Dios lo guardó siempre de morir en medio de hechos violentos.
Producto de su permanente actividad física y perseverancia, llegó a ser deportista profesional, especialmente el fútbol.
“En el año 1993 me fracturaron y, cuando me llevaron al hospital, encontraron que tenía droga. Era que consumía mucho. Inicialmente fue los fines de semana, luego todos los días. Descuidé a mi familia, caía en adulterio y la adicción me llevó a experimentar paranoia”, explicó Aldo en entrevista con Ministerios de la Fe. Para la época más crítica, rayaba los 32 años.
INMERSO EN LAS DROGAS
Tras un accidente, sufrió problemas de coordinación mental. “Una vida llena de drogas y de pecado que me llevaban a la perdición. Fue en el punto más difícil, cuando Dios me dijo: Ya basta. Sin embargo, seguía en lo mismo.” A pesar del sufrimiento que le producía a su familia, con prácticas recurrentes de violencia en el hogar, la esposa y los hijos siempre estuvieron a su lado.
“Vivía en un estado de terror permanente. Sentía alrededor la presencia demoníaca y, buscando superar esa situación, consulté brujos.”, relata Aldo.
En medio de su locura, una madrugada mientras conducía un auto, estuvo expuesto a ser arrollado por un tren. A las puertas de una muerte trágica, pidió la ayuda de Dios.
“En ese instante, sentí la mano de Dios. Experimenté una paz que no había sentido durante mucho tiempo. Lo sentí muy cerca y su mano poderosa conmigo. La tranquilidad me invadió. Decidí regresar a casa, buscar Su presencia y comenzar de nuevo”, precisa.
UN PROCESO DE TRANSFORMACIÓN
No fue una transformación inmediata, sino un proceso. Pero algo maravilloso que describe, es que no tuvo más deseo de drogarse. Y un día que quiso fumarse un cigarrillo, vomitó. Entendió que el Señor había impactado su vida.
“Mi madre no dejó de orar por mí, siempre. Perseveró. Y debí contarle lo que me había ocurrido. El cambio que Dios estaba produciendo en mi vida. Le compartí sobre la gracia que me había permitido superar las adicciones. Después de rendirme a Él, decidí que era el momento de ser bautizado.”
Hay algo más que resalta: “Dios restauró mi matrimonio. Yo no la había valorado como debía. Y estamos juntos. No ha sido fácil, porque les causé mucho daño, pero estamos avanzando de la mano del Señor. Además de que me cambió, el Padre sanó el corazón de mi esposa.”
El caso de Aldo es uno de los tantos que abundan en nuestro tiempo, de hombres y mujeres a quienes Dios ha libertado por Su poder (Juan 8:31, 32)
Sobre esa base hay que derribar el paradigma de que, si Satanás nos ata, jamás podremos escapar se sus redes. Cristo pagó el precio del pecado en la cruz y, allí, en la cruz, rompió las cadenas:
«Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz. Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo. » (Colosenses 2:13-18 | RVC)
Por la redención de Cristo somos libres. Él murió en la cruz por nosotros. Esa es la expresión maravillosa de la gracia, del amor que tiene el Padre por nosotros. Sin embargo, Él no nos obliga a apropiarnos de esa gracia maravillosa. Nos corresponde a usted y a mí dar ese paso de fe.
Aceptar que perdonó nuestros pecados, que por la sangre de Cristo nos hizo Sus hijos y que, ahora, tenemos una nueva vida (2 Corintios 5: 17)
EL MENSAJE DEL PERDÓN ES PARA TODOS
El perdón de Dios es real y, algo más increíble aún, después que nos ha perdonado, olvida nuestras ofensas:
“¿Qué otro Dios hay como tú, que perdona la maldad y olvida el pecado del remanente de su pueblo? Tú no guardas el enojo todo el tiempo, porque te deleitas en la misericordia. Tú volverás a tener misericordia de nosotros, sepultarás nuestras iniquidades, y arrojarás al mar profundo todos nuestros pecados.” (Miqueas 7:18, 19 | RVC)
Ese perdón ilimitado manifiesta el amor que nos tiene nuestro Padre celestial, que siempre nos ofrece una nueva oportunidad.
El evangelista, Billy Graham, destacó el mensaje de perdón sin merecimiento de nuestra parte, que se encuentra en el sacrificio de Jesús, nuestro Señor:
“El primer mensaje que Jesús predicó desde la cruz, fue el mensaje del perdón. La sangre de Jesús condena, pero también limpia. La sangre de Jesús reprocha, pero también redime. La sangre de Jesús frustra el mal, pero también trae perdón para el pecador. La sangre de Jesús cancela el juicio de Dios para el corazón arrepentido. Creer nos permite acogernos a la salvación que hay en el Señor Jesús.” (Citado en el libro: “Lo que sucedió en la cruz”)
El perdón divino está a su disposición. Sin embargo, la decisión de recibir ese perdón tras un sincero arrepentimiento, está en sus manos. Acepte el perdón. Usted es acogido por el perdón porque Dios le ama y le ofrece una nueva oportunidad de vida.
El apóstol Pablo lo explica en términos muy sencillos:
“Lo que dice es: «La palabra está cerca de ti, en tu boca y en tu corazón.» Ésta es la palabra de fe que predicamos: «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo.» Porque con el corazón se cree para alcanzar la justicia, pero con la boca se confiesa para alcanzar la salvación. Pues la Escritura dice: «Todo aquel que cree en él, no será defraudado.» Porque no hay diferencia entre el que es judío y el que no lo es, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que lo invocan, porque todo el que invoque el nombre del Señor será salvo.” (Romanos 10:8-13 | RVC)
Al acogernos al perdón que ganó Cristo por nosotros, encontramos salvación:
“Y todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo, y entre ellos estará el remanente al cual el Señor ha llamado, porque en el monte de Sión y en Jerusalén habrá salvación, tal y como el Señor lo ha dicho.” (Joel 2. 32 | RVC)
Si decide pasar de largo, sin considerar el amor y el perdón de Dios, su expectativa en la eternidad será la condenación. Pero, si, por el contrario, se prende de la mano de Jesús el Señor, la certeza es que estará por siempre en la presencia de Aquél que todo lo puede.
UNA DECISIÓN MUY IMPORTANTE
Conozco muchas personas que fueron libres, bien sea de un hábito destructivo o de una vida sin propósito, porque se acogieron al perdón y al amor de Dios. Simplemente dieron el paso de fe, aunque no entendían inicialmente lo maravillosa que es la gracia. Es un asunto de fe.
«Busquen al Señor mientras pueda ser hallado; llámenlo mientras se encuentre cerca.» (Isaías 55:6 | RVC)
Y, también, leemos:
«Pero Dios muestra su amor por nosotros en que, cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.» (Romanos 5:8 | RVC)
Permítanos citar nuevamente a Billy Graham cuando escribe:
“Hay dos clases de personas en el mundo: las que son salvas porque aceptaron la obra de redención de Jesús el Señor, y las que se pierden. Todos tienen la misma oportunidad de elegir a Cristo o de rechazarle…El arrepentimiento se logra por fe, creyendo que Dios nos perdonará. Arrepentirse es reconocer que hemos pecado, y por fe, aceptar el perdón de Cristo… apartarnos del camino del pecado y luego seguir la cruz… Cuando lo hacemos, Cristo nos limpia de todo pecado, nos da un corazón nuevo, una mente renovada y la voluntad para seguirlo hacia su Reino.” (Citado en el libro: “Lo que sucedió en la cruz”)
La decisión de acogerse a la gracia de Dios está en sus manos. Cristo Jesús no murió en vano. Él murió para derribar la muralla que nos separaba del Padre y hacernos hijos por siempre. Ábrale hoy las puertas de su corazón a Jesucristo.
© Fernando Alexis Jiménez | @VidaNuevaCo