Cada uno de los miembros de la familia de acuerdo con el plan de Dios, tiene unos roles específicos que debe asumir. Cumplir esos roles es posible cuando asumimos responsabilidades y nos disponemos a hacer ajustes, en caso de que hayan errores, no en nuestras fuerzas, sino en el poder del Señor.
Fernando Alexis Jiménez | Director del Blog SalvosporlaGracia.com
Cuando Cristo mora en nosotros, se produce un impacto altamente transformador. De la mano con este cambio y crecimiento, ejercemos una influencia positiva en la familia. Cambiamos y lideramos, con el ejemplo de una nueva forma de pensar y actuar, cambios entre los miembros de la familia.
El apóstol Pablo explica el cambio que se genera en nosotros:
“Dejen de mentirse los unos a los otros, puesto que han desechado al viejo hombre con sus malos hábitos, y se han vestido del nuevo hombre, el cual se va renovando hacia un verdadero conocimiento, conforme a la imagen de Aquel que lo creó. En esta renovación no hay distinción entre griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, Escita, esclavo o libre, sino que Cristo es todo, y en todos. Entonces, ustedes como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia; soportándose unos a otros y perdonándose unos a otros, si alguien tiene queja contra otro. Como Cristo los perdonó, así también háganlo ustedes. Sobre todas estas cosas, vístanse de amor, que es el vínculo de la unidad. Mujeres, estén sujetas a sus maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amen a sus mujeres y no sean ásperos con ellas. Hijos, sean obedientes a sus padres en todo, porque esto es agradable al Señor. Padres, no exasperen a sus hijos, para que no se desalienten.” (Colosenses 3:10-14; 18-21 | NBLA)
¿Por qué se generan esos cambios? El pasaje Escritural que acabamos de leer, lo deja muy claro:
-> Porque en Cristo somos ahora nuevas criaturas.
-> Experimentamos una renovación permanente.
-> La gracia de Dios nos alcanza a todos.
-> Somos escogidos por Dios para la salvación.
-> Se producen modificaciones en nuestra forma de pensar y de actuar.
-> La familia en su conjunto es impactada positivamente por la obra de Dios.
Todo esto es maravilloso porque va de la mano con el crecimiento en todas las áreas. Recuerde que, si se trata de la relación con el cónyuge y los hijos, somos responsables del carácter de manera individual y, también, de ayudar a satisfacer las necesidades de quienes integran el entorno familiar.
Si desconocemos estos pilares, caminaremos en el terreno de los conflictos porque actuamos de manera egoísta y desencadenamos heridas emocionales entre los seres que amamos.
Aquí es necesario resaltar que el egoísmo es destructivo por naturaleza. Cuando dejamos de lado ese comportamiento, el panorama al interior del hogar comienza a ser diferente.
Lo ideal es que antes de comprometernos a contraer matrimonio, hayamos resuelto los conflictos de nuestro mundo interior que generalmente arrastramos desde la niñez, es decir, dar nuevos pasos con ayuda de Dios para experimentar sanidad. De esta manera al interactuar con el cónyuge y con los hijos, no aflorarán las deficiencias de carácter que tanto dolor producen y que afectan las relaciones interpersonales.
QUIZÁ ESTAMOS EQUIVOCADOS
Disponernos a corregir errores en la familia al darle el primer lugar a Jesucristo, implica contemplar la posibilidad de evaluar si estamos equivocados. Lo más probable es que estemos fallando en el comportamiento, pero no somos conscientes. Es tiempo de cambiar, con ayuda de Dios.
Avanzar en este proceso es posible cuando tenemos en cuenta cuatro aspectos esenciales:
1.- Asumir nuestra responsabilidad. Con frecuencia esperamos mucho del cónyuge y de los hijos y de las personas con las que interactuamos diariamente. No obstante, no asumimos nuestra responsabilidad. Con ayuda del Señor debemos promover la armonía y el entendimiento.
En el mejor de los casos no tenemos derecho a esperar lo mejor de los demás, si nosotros mismos somos egoístas y creemos equivocadamente que el mundo gira alrededor de nosotros.
Lo esencial es asumir el rol que Dios espera que desarrollemos en la familia. Puede que el cónyuge y los hijos fallen, pero usted y nosotros debemos seguir siendo el padre, madre, esposo, esposa, hijo o quizá hermano en consonancia con las pautas que Dios traza en las Escrituras.
2.- Reconocer y potenciar nuestro grado de influencia. Todos ejercemos influencia en mayor o en menor grado en la vida de los componentes de la familia. La pretensión equivocada es producir cambios inducidos en nuestro cónyuge o tal vez con los hijos. Al hacerlo, ponemos obstáculos a una función que le corresponde al Espíritu Santo.
Definitivamente jamás podremos hacer la tarea de nuestro Padre celestial:
“Por tanto, acéptense los unos a los otros, como también Cristo nos aceptó para la gloria de Dios. Pues les digo que Cristo se hizo servidor de la circuncisión para demostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas dadas a los padres, y para que los gentiles glorifiquen a Dios por Su misericordia…” (Romanos 15. 7-9 | NNBLA)
No estamos llamados a cambiar a los demás, sino, a comenzar el proceso de transformación por nosotros mismos. Y, después, apoyar a nuestros seres amados para que avancen en el crecimiento para lograr la imagen de Dios que hace posible el amor y la aceptación sin condiciones.
3.- No juzgar a los miembros de la familia. Cuando juzgamos a los componentes de la familia, antes que estimular los cambios y crecimiento con ayuda de Dios, los estamos arrinconando hacia la frustración y el desaliento.
En la Palabra de Dios leemos:
“No juzguen para que no sean juzgados.” (Mateo 7: 1 | NBLA)
Disciplinamos a los integrantes del hogar a partir del amor, sin pretender dañar a ninguno.
Le animamos a tener en cuenta lo que enseña la carta a los Hebreos:
“Porque ellos nos disciplinaban por pocos días como les parecía, pero Él nos disciplina para nuestro bien, para que participemos de Su santidad. Al presente ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza. Sin embargo, a los que han sido ejercitados por medio de ella, después les da fruto apacible de justicia.” (Hebreos 12: 10, 11 | NBLA)
Podemos cambiar nuestra conducta, pero no podemos cambiar instantáneamente nuestro carácter. Decidimos cambiar lo que hacemos, pero no podemos modificar de manera inmediata lo que somos. Todo esto obedece, insistimos, a un proceso.
En las Escrituras leemos:
«Por tanto, dejando a un lado la falsedad, hablen verdad cada cual con su prójimo, porque somos miembros los unos de los otros. Enójense, pero no pequen; no se ponga el sol sobre su enojo, ni den oportunidad al diablo. El que roba, no robe más, sino más bien que trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, a fin de que tenga qué compartir con el que tiene necesidad. No salga de la boca de ustedes ninguna palabra mala, sino solo la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan. Y no entristezcan al Espíritu Santo de Dios, por el cual fueron sellados para el día de la redención. Sea quitada de ustedes toda amargura, enojo, ira, gritos, insultos, así como toda malicia. Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo.» (Efesios 4: 25-31 | NBLA)
El Espíritu Santo nos llama a edificarnos unos a otros, no a producirnos unos a otras heridas emocionales por un mal manejo de las emociones y de la comunicación.
4.- Llenar las necesidades de la familia. La transformación en la vida de las personas la produce Dios mediante el Espíritu Santo que mora en nosotros.
Sin embargo, podemos prodigar amor, comprensión, tolerancia, aceptación y apoyo a quienes integran nuestra familia.
La esencia es que cambiemos. No en nuestras fuerzas, sino en el poder de Dios.
ASUMA COMPROMISOS
Cada uno de los miembros de la familia de acuerdo con el plan de Dios, tiene unos roles específicos que debe asumir.
- No debemos eludir nuestros compromisos y responsabilidades con la familia.
- Cuando dependemos de Dios, nuestra vida familiar se afirma y crece.
De la mano con estos dos fundamentos es imperativo e importante identificar prácticas, hábitos y antivalores dañinos en el hogar:
“No se dejen engañar: «Las malas compañías corrompen las buenas costumbres».” (1 Corintios 15: 33 | NBLA)
Lo que no podemos desconocer es que al interior de la familia se presentarán dificultades que solamente podemos superar con ayuda del Señor:
“Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza. Y la esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado.” (Romanos 5: 3-5 | NBLA)
Por encima de las circunstancias adversas que estemos enfrentando, debemos mantener el compromiso con la familia, honrando nuestras obligaciones, principios y necesidad de permanecer fieles a nuestro cónyuge e hijos.
Cuando decidimos cambiar con ayuda de Dios, damos un paso sólido para que también, de la mano del Señor, se inicie el proceso de transformación del entorno familiar.
NUESTRO COMPROMISO
El paso a paso que se sigue comienza con nuestro compromiso. No podemos esperar ni imponer el deseo de que cambien los miembros de la familia.
Al experimentar una transformación con ayuda del Señor cabe acoger lo que escribió el apóstol Pablo a os creyentes de Colosas:
“Entonces, ustedes como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia; soportándose unos a otros y perdonándose unos a otros, si alguien tiene queja contra otro. Como Cristo los perdonó, así también háganlo ustedes. Sobre todas estas cosas, vístanse de amor, que es el vínculo de la unidad…” (Colosenses 3:12-14 | NBLA)
¿Es difícil lograrlo? Por supuesto que no. El autor y expositor bíblico, Neil T. Anderson, anota: “Si crecemos juntos en la gracia de Dios, podemos tener potencialmente perfecta armonía.”
Es necesario insistir en el hecho de que el amor es el que mantiene unida a la familia.
Por supuesto, es necesario considerar que un generador de discusiones, es la prevalencia de la amargura y los conflictos que no se resuelven a tiempo. Esos sentimientos dañinos que anidan en el corazón del género humano, abre puertas al gobierno de satanás (Mateo 18:21-35; 2 Corintios 2:10-11)
Jamás olvide que si Cristo gobierna en nuestra vida familiar, las relaciones se fortalecerán.
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