La vida del atleta Eric Henry Liddell, es un ejemplo para todos los cristianos. Permaneció fiel a su Dios y Salvador. En medio de las dificultades, obtuvo fuerzas para seguir adelante. Estaba en un campo de concentración, durante la guerra entre China y Japón, pero su testimonio de vida permanece aún en el tiempo.
Fernando Alexis Jiménez | Director del Instituto Bíblico Ministerial
Era un hombre de principios, amable, excelente esposo y padre, alegre y con una fe tan tenaz, que jamás las circunstancias adversas lo llevaron a renunciar a su fe en Jesucristo. Me refieren a Eric Henry Liddell. Escocés. Nació el 16 de enero de 1902 y murió en China, en 1945.
Fue campeón olímpico de los 400 metros en los Juegos Olímpicos de París 1924. Jugador de rugby. En la cumbre de su desempeño profesional como docente, viajó a China como misionero evangélico. Sirvió primero en Tianjin y, luego, en Siaochang. Su historia fue llevada al cine en la película «Carros de Fuego», estrenada en 1981.
A partir de 1941 la vida en China se volvió peligrosa debido a la guerra con Japón, y la embajada británica-país para el que servían–, les aconsejó que regresaran a Europa. Liddell decidió quedarse, pero envió a su esposa Florence y a sus hijas a Canadá, mientras él aceptaba un nuevo destino en la misión rural de Siaochang.
En marzo de 1943, cuando llegaron los invasores japoneses, fue internado en el campo de prisioneros de Weixian, donde falleció en 1945 debido a un tumor cerebral.
PREDICADOR DE VIDA
Su testimonio cristiano fue poderoso. Predicó a todos, llevando a los pies de Cristo a quienes lo rodeaban. Incluso, a los politeístas de China. Su vida rendida a nuestro Dios y Salvador Jesús, ejerció una influencia mucho más poderosa que sus palabras. Durante se tiempo de aficciones, jamás se quejó. Permaneció fiel a su Salvador. Pasaba mucho tiempo en oración. Alababa al Padre celestial en medio del sufrimiento.
Cuando el escritor británico C. S. Lewis recién le entregó su vida a Jesús, se resistía a alabar a Dios. Luchaba con «la idea de que Dios mismo exigiera alabanza». Sin embargo, finalmente se dio cuenta de que «es en el proceso de alabar que Dios nos comunica su presencia». Entonces, «en un perfecto amor con Dios», encontramos gozo en Él; algo tan inseparable como «la luminosidad que recibe un espejo» y «la luminosidad que irradia», escribió.
Desconozco cuál sea su situación, tal vez una crisis en el hogar, la economía, falta de empleo, una enfermedad que la ciencia dice que es incurable. Lo que sí sé es que, en medio de las dificultades, debemos volver nuestra mirada al Señor y alabarle, como enseña Habacuc 3:17-18.
“Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación”. Habacuc 3:17-18| RV 60)
Dios es quien transforma las circunstancias difíciles. Permite que se restaure nuestra relación con el cónyuge y los hijos. Cambia corazones. Provee para las necesidades. Nos ayuda a encontrar la salida al laberinto. Nadie más que Él puede hacerlo. Responde a nuestras oraciones. Hace posible lo imposible. La salida al laberinto se encuentra en Sus manos. Hoy es el día para darle el primer lugar en la situación que estemos enfrentando.
Si no ha recibido a Jesucristo como su Señor y Salvador, hoy es el día para que lo haga. Permítale que tome el control de su vida y de su hogar. Es la mejor decisión que jamás podremos tomar.
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