Se equivocan quienes creen que, por ser hijos de Dios, tienen la posibilidad de darle órdenes y reducen al creador, a un genio de la lámpara de Aladino. Una doctrina de error.
Fernando Alexis Jiménez | Director del Instituto Bíblico Ministerial
En nuestra condición de cristianos es esencial que entendamos nuestra dependencia de Dios. No tenemos más poder del que Él nos delega. Declarar o decretar cosas, no implica que sucederán. Un análisis bíblico sobre nuestras limitaciones y los errores en la teología de la prosperidad.
En los últimos tiempos han venido tomando fuerza doctrinas aberrantes como la visualización de aquello que anhelamos, ordenarles a miríadas de ángeles que nos protejan, atar a satanás o decretar que algo en particular que anhelamos, suceda. El listado puede ser muy extenso y con fundamentos descabellados.
Ahora bien, todo se adorna con convicciones según las cuales, es una forma de materializar la fe y de poner a trabajar a favor nuestro la dimensión sobrenatural.
Un texto que algunos de los promotores de errores utilizan, gravita en torno a textos como el que hallamos en el libro de Salmos:
“Yo les he dicho: “Ustedes son dioses; todos ustedes son hijos del Altísimo”. Pero morirán como cualquier mortal; caerán como cualquier otro gobernante».” (Salmo 82: 6, 7 | NVI)
Y, también, los predicadores de esta corriente hereje, se afianzan los escritos del apóstol Pedro:
“Su divino poder, al darnos el conocimiento de aquel que nos llamó por su propia gloria y excelencia, nos ha concedido todas las cosas que necesitamos para vivir como Dios manda. Así Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas promesas para que ustedes, luego de escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a los malos deseos, lleguen a tener parte en la naturaleza divina.” (2 Pedro 1: 3, 4 | NVI)
En apariencia todo luce bien. Podríamos pensar que tiene basamento bíblico. Maravilloso que, con solo ordenar algo y fundamentados en que las palabras tienen poder, sencillamente ocurra.
Algo muy similar a lo que plantean las páginas del libro El Secreto, de la autora y seudocientífica, Rhonda Byrne. Sus textos tienen muchísimos adeptos, incluso entre quienes profesan ser cristianos.
Surgen dos preguntas: ¿Esas enseñanzas tienen asidero? ¿Acaso no podemos pensar que somos iguales a Dios? Definitivamente no.
Nuestro amado Padre celestial es soberano, nuestro Hacedor. No es un servidor nuestro, ni tampoco el genio de la lámpara de Aladino.
PONGAMOS LAS COSAS EN SU LUGAR
Usted y yo somos hijos de Dios, por Su infinita gracia, tenemos ahora una nueva naturaleza—redimida–, pero no solos iguales a Él. Carecen de cimentación quienes dicen que somos pequeños dioses y, por tener la misma naturaleza del Padre, revestidos de un poder ilimitado. ¡Nada más lejos de lo que enseña la Biblia!
Usted y yo no somos iguales a nuestro Creador, así leamos que fuimos creados a Su imagen y semejanza:
“… y dijo: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. Que tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo; sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes, y sobre todos los reptiles que se arrastran por el suelo». Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó…” (Génesis 1: 26, 27 | NVI)
El Señor nos concibió con las condiciones para tener una relación personal e íntima con Él, pero no hay ningún pasaje bíblico que nos lleve a pensar, siquiera por equívoco, que somos iguales. Él es Dios, nosotros sus hijos cuando nos apropiamos de la gracia que perdona los pecados y nos ofrece una nueva oportunidad de vida.
¿Y NO ALUDIÓ EL SEÑOR JESÚS A QUE SOMOS DIOSES?
Para sustentar nuestro supuesto poder ya que somos iguales a Dios, los predicadores del error suelen citar un pasaje del evangelio que se encuentra en Juan 10: 31-39.
El amado Salvador hacía alusión a las Escrituras:
“Yo les he dicho: “Ustedes son dioses; todos ustedes son hijos del Altísimo”. Pero morirán como cualquier mortal; caerán como cualquier otro gobernante».” (Salmo 82: 6, 7 | NVI)
Pero, ¿sabía que ese tipo de dioses a los que se refiere el salmista, son quienes en la antigüedad y entre el pueblo de Israel, ejercieron como jueces? Ellos tenían delegada la autoridad de juzgar y orientar a la comunidad.
Un ejemplo sencillo lo descubrimos en Éxodo 4:13-16, cuando Dios comisionó a Moisés para que guiara al pueblo hebreos, labor que ejerció como uno de los jueces más grandes de la historia.
El Señor Jesús en ningún momento nos equiparó con dioses, como si se tratara de personas con igual naturaleza que el Padre. Decirlo es una aberración teológica que desdice de la grandeza de nuestro Supremo Hacedor.
El investigador y autor cristiano, Hank Hanegraaff, anota lo siguiente:
“Aunque nosotros somos «hijos» del Altísimo no somos hijos por naturaleza, sino por adopción, como aprendemos en las Escrituras. Únicamente Cristo puede ser identificado como Aquél que tiene la naturaleza de Dios. Cristo es el unigénito, el singular en su clase, (En el griego, monogenes, una sola generación o naturaleza). Él es el único Hijo de Dios. Solamente Él es Dios por naturaleza.”
En ese orden de ideas, recuerde que la Palabra es clara al advertir que Dios sólo hay uno (Deuteronomio 6: 4; Marcos 12: 29; Isaías 43: 10; 44: 6)
EL COMIENZO DEL ENGAÑO
Quien desde el comienzo vendió la idea equivocada y hereje de que somos iguales a Dios, fue el propio Satanás, cuando tentó a Eva:
“Dios sabe muy bien que, cuando coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y llegarán a ser como Dios, conocedores del bien y del mal.” (Génesis 3: 5 | NVI)
Y el género humano, creado y dependiente del Padre, se dejó tentar por el adversario espiritual. Esa fue la razón de la caída espiritual de Adán y Eva, tragedia que nos marcó a todos y que desconoce al Señor cuando advierte que no hay Dios aparte de Él como leemos en Isaías 43: 10-13.
Si Él es Dios, es soberano y todo lo puede, nos dio el regalo—solo por gracia y nada más que por gracia, de ser adoptados como Sus hijos como consecuencia de la obra redentora de Jesucristo:
“Aquellos de entre ustedes que tratan de ser justificados por la ley han roto con Cristo; han caído de la gracia. Nosotros, en cambio, por obra del Espíritu y mediante la fe, aguardamos con ansias la justicia que es nuestra esperanza. En Cristo Jesús de nada vale estar o no estar circuncidados; lo que vale es la fe que actúa mediante el amor.” (Gálatas 5: 4-6 | NVI)
Al respecto, el apóstol Pablo escribe:
“Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte.” (Efesios 2: 8, 9 | NVI)
Una cosa es depender de Dios, sabiendo que Él responde con poder a nuestras oraciones, y otra bien distinta pretender que somos iguales a Él en naturaleza. Cuando incurrimos en ese error, es fácil creer que nuestras palabras tienen poder para crear e, incluso, cambiar el curso de la historia.
Le animamos a ampliar esta enseñanza a partir de los siguientes pasajes: Juan 1: 1, 14; Gálatas 4: 8 y Filipenses 2: 6.
SOMOS HIJOS, NO DIOSES
Por la gracia de Dios, somos Sus hijos. Una condición maravillosa que hizo posible el sacrificio redentor de nuestro Salvador Jesucristo.
En esa dirección, somos transformados, lo que nos permite reflejar el carácter de Dios (2 Pedro 1: 5-11), lo mismo que sus atributos.
El autor, Hank Hanegraaff, también escribe:
«Que los humanos sean creados a la imagen de Dios simplemente significa que ellos comparten, de manera imperfecta y finita, los atributos comunicables de Dios. Entre estos atributos están la personalidad, la espiritualidad, el raciocinio, incluyendo el conocimiento y la sabiduría y la moralidad, incluyendo la bondad, la santidad, la rectitud, el amor, la justicia y la misericordia.»
Insistimos: somos hijos, no dioses ni nada parecido. Dios es único, no es hombre como leemos en Éxodo 9: 14; Números 23: 19; 1 Samuel 15:29 y Oseas 11: 9.
Es literalmente imposible que nos consideremos dioses porque:
+ Nuestro Dios es eterno (Salmo 90:2)
+ Nuestro Dios tiene vida en sí mismo (Juan 5: 26)
+ Nuestro Dios es poderoso (Job 42: 2)
+ Nuestro Dios todo lo sabe (Isaías 40: 13, 14)
+ Nuestro Dios es omnipresente (Jeremías 23: 23, 24)
No podemos caer en el engaño del enemigo. Aun cuando suene increíble, Él puede utilizar instrumentos humanos como predicadores sumidos en el engaño, para que propalen ideas equivocadas.
El asunto es que muchos les creen y terminan desviándose del camino correcto.
Evalúe todo cuanto le enseñan, a partir de lo que enseña la Biblia. Si no está allí, no se deje arrastrar por el emocionalismo o las fábulas. En quien debe creer es en Dios, de quien dependemos y por Su divino poder, nos concede aquello que le pedimos y necesitamos.
Si todavía no se ha acogido a la gracia de Dios, hoy es el día para que lo haga. Nuestro Padre perdona sus pecados en respuesta al arrepentimiento sincero y le ofrece una nueva oportunidad. Hoy es el día para volver nuestra mirada hacia Él.
EL DIOS DE ESTE MUNDO
Ahora, si nos vamos a la práctica, la Biblia describe a Satanás como el dios de este mundo:
“El dios de este mundo ha cegado la mente de estos incrédulos, para que no vean la luz del glorioso evangelio de Cristo, el cual es la imagen de Dios.” (2 Corintios 4: 4 | NVI)
Él es quien propaga la idea de que somos dioses y que tenemos poderes más allá de los que en realidad nos asisten. Por ese motivo, si algo debemos hacer es confiar en Dios, someternos a Su voluntad y abrir las puertas para que Su poder obre en nosotros y en los componentes de la familia. Sin duda, Él hará lo mejor para nosotros, lo que más conviene.
No podríamos concluir sin antes animarle para que se acoja y apropie de la gracia de Dios. El Señor Jesús murió en la cruz para llevar nuestros pecados, traer perdón a nuestras vidas, ofrecernos una nueva oportunidad y asegurarlos la vida eterna. Reciba hoy a Jesucristo en su corazón.
Escuche las transmisiones diarias de Vida Familiar con Fernando Alexis Jiménez.
En Redes Sociales >> @VidaFamiliarCo