Una nueva oportunidad de vida

La historia de Lauren muestra que Dios nos ofrece una nueva oportunidad de vida.

La historia de Lauren Manning es dramática, pero además, una inspiración para muchas personas que enfrentan una situación difícil. Nos enseña que Dios nos ofrece siempre una nueva oportunidad de Vida, porque tiene un propósito para cada uno de nosotros.


Por Fernando Alexis Jiménez | Misión Edificando Familias Sólidas


Para Lauren Manning, el 11 de septiembre del 2001 sería un día como otros tantos. Laboraba como ejecutiva en el World Trade Center, de Nueva York. Como de costumbre, iba temprano para la oficina, igual que por muchos años en el Wall Street. Sobre las 8:46 am, arribó a una de las torres.

Fue entonces cuando su vida experimentó un cambio dramático. Escuchó un sonido ensordecedor, que atribuyó a obras de acondicionamiento. En realidad, el silbido penetrante era el combustible de avión que bajaba del ascensor del vuelo 11 de American Airlines.

El avión se había estrellado entre los pisos 93 y 99 y había cortado las rutas de escape de los pisos superiores, incluidos los del 101 al 105, donde cientos de colegas de Lauren, en Cantor Fitzgerald, estaban sentados en sus escritorios.

Por un instante, la torre tembló y luego estalló un incendio en los ascensores, que envolvió a Lauren y a decenas de otras personas en los lados sur y oeste del vestíbulo.

COMIENZA EL DRAMA

En cuestión de segundos las llamas envolvieron el cuerpo de Lauren. Produjeron graves quemaduras, especialmente en la espalda y los brazos. Desesperada, no hacía otra cosa que correr. Atravesó los seis carriles de tráfico de West Street hasta un terraplén de césped, donde se dejó caer y rodó.

Dos personas, como ángeles enviados por Dios, la ayudaron. “Tenía un dolor insoportable. Sabía que necesitaba atención, creería que en un centro de quemados. Las primeras palabras que salieron de mi boca fueron: ‘¡Llévenme a Weill Cornell, ahora!’”, recuerda.

Recibió asistencia hospitalaria temprana y, diez horas después, ingresó al New York Presbyterian y, luego, al Centro de Quemados William Randolph Hearst. Con ella se encontraban diecisiete supervivientes más. Compartían espacio en la unidad de cuidados intensivos. Algunos nos sobrevivieron. Lauren corría el mismo peligro porque las heridas cubrieron el 82,5 por ciento de su cuerpo.

Tenía heridas graves en los pulmones. Fue necesario ponerla en un respirador”, dice el especialista, Palmer Bessey, director asociado del Centro de Quemados Hearst y profesor de Cirugía de Quemaduras de la Fundación de la Familia Aronson en Weill Cornell Medicine. Su probabilidad de morir era del 90 al 95 por ciento.

UN MILAGRO DE DIOS

Si sobrevivió, fue por la misericordia de Dios. Cientos de personas acompañaban a su esposo, Greg, en oración por la salud de Lauren. Le realizaron 11 cirugías. Utilizaron múltiples procedimientos, incluido el uso de piel de cadáver e injertos de piel, mientras Lauren yacía en coma inducido por casi dos meses.

Cuando salí del coma, ya era finales de octubre”, recuerda Lauren. “Sabía que me había lesionado, pero de alguna manera seguía creyendo que me iría a casa al final de la semana. Supongo que tuve una actitud positiva desde el principio”, dijo riendo. Lauren se enteraría de la gravedad de sus heridas cuando le explicara la naturaleza extrema de su lesión y que no había una fecha de alta segura.

El 12 de noviembre, los fisioterapeutas de Lauren anunciaron que su objetivo ese día era caminar hasta una silla en la esquina de su habitación, a poco más de un metro de su cama.

Tras escucharlos pensé: ‘¿Esta gente piensa que eso es todo lo que puedo hacer? Es fácil, lo puedo hacer’”, recuerda. En cuestión de minutos, descubrió que no tenía fuerzas para sentarse sola. Apoyar el peso sobre sus pies y sus piernas injertadas por primera vez en dos meses fue una tortura. “Sentí como si mi cuerpo se estuviera desmoronando. Casi me desmayo del dolor”.

Pero con ayuda, arrastró las piernas y llegó hasta la silla, con lágrimas corriendo por su rostro. “Estaba muy contenta”, dice.

 

PASOS DE VICTORIA

Tres días después, decidida y rodeada de fisioterapeutas una vez más, caminó 30 pasos hasta la estación de enfermeras de la UCI. Enfermeras, médicos y terapeutas se agolpaban a su alrededor. Uno de los terapeutas ocupacionales corrió al pasillo, cuyas paredes estaban cubiertas de tarjetas de personas de todo el mundo que le deseaban lo mejor, para llamar a los padres de Lauren y exclamó: “¡Lauren está caminando!”.

Sentí una increíble oleada de libertad”, dice Lauren. “Todos aplaudían y lloraban, y me di cuenta de que mi lucha era la de ellos y que éramos un equipo. Mis triunfos eran nuestros y esta era nuestra victoria”.

Parte de la motivación de Lauren fue su hijo, Tyler, que tenía 10 meses el día de los ataques y a quien no se le permitió verla hasta 67 días después, cuando el riesgo de infección era menos grave. En el tiempo que estuvieron separados, él cumplió su primer año y aprendió a caminar. El día de la visita pasó a su lado sin reconocerla.

DESEOS DE SALIR ADELANTE

Sus logros cada día, desde el momento en que abrió los ojos, hicieron llorar a personas adultas, y siguió sucediendo una y otra vez”, dice su esposo, Greg, quien escribió un libro en el que relata cómo fue el proceso de recuperación de su esposa.  “Ella es la persona más fuerte que conozco. Dijo que quería hacer desaparecer a la mujer herida y, como todos los demás objetivos imposibles que se propuso, lo logró”.

Lauren reconoce que, quien le dio una nueva oportunidad de vida, fue Dios. Y, en segundo lugar, el apoyo decidido de su familia y el compromiso del equipo médico que la atendió.

Después de 91 días, Lauren fue dada de alta y enviada a un hospital de rehabilitación durante tres meses.

Lauren volvió a casa en marzo de 2002. Estaba empezando la siguiente fase de una recuperación que duraría una década. Viajaba hasta el NewYork-Presbyterian cinco días a la semana para recibir horas de extenuante terapia ocupacional y física. Los domingos, una terapeuta ocupacional con la que se hizo amiga en el hospital venía a su casa para otra sesión.

Desde entonces, Lauren ha compartido su historia de inspiración y coraje como oradora ante audiencias de todo Estados Unidos.

APROVECHAR CADA INSTANTE

Al leer la historia de Lauren y la nueva oportunidad de vida que Dios le otorgó, pese a que los pronósticos médicos eran desalentadores, viene a la memoria la historia del rey Ezequías.

«Por esos días Ezequías cayó gravemente enfermo. Entonces el profeta Isaías hijo de Amoz fue a visitarlo, y le dijo: «Así dice el Señor: “Pon tu casa en orden, porque no vas a sanar, sino que morirás.”» Ezequías volvió su rostro a la pared, y oró al Señor. Le dijo: «Señor, te ruego que hagas memoria de que en verdad me he conducido delante de ti con integridad de corazón, y que he hecho todo lo que te agrada.» Y Ezequías prorrumpió en llanto. Pero antes de que Isaías llegara a la mitad del patio, la palabra del Señor vino a Isaías, y le dijo: «Regresa y dile a Ezequías, príncipe de mi pueblo, que yo, el Señor, Dios de su antepasado David, he dicho: “He escuchado tu oración, y he visto tus lágrimas. Te voy a devolver la salud, y dentro de tres días vas a ir a mi templo. Voy a darte quince años más de vida, y a ti y a esta ciudad los voy a librar del poder del rey de Asiria. Por mí mismo, y por mi siervo David, voy a proteger a esta ciudad.”» Dicho esto, Isaías ordenó que se hiciera una masa de higos, y en cuanto la hicieron se la pusieron sobre la llaga, y Ezequías sanó.» (2 Reyes 20: 1-7 | RVC)

Por las razones que fuera, el gobernante se encontraba en sus últimos días, pero el Señor le prolongó la existencia.

Dios tiene un propósito con nuestra existencia. Venimos a cumplir una misión cuando nos movemos en consonancia con Su voluntad.

Todo cuanto hacemos se torna gratificante y productivo. Sin embargo, esos planes maravillosos que el Padre tiene para nosotros, se cumplen en la medida en que dispongamos nuestro corazón.

El profeta Jeremías escribió inspirado por nuestro Hacedor:

«Sólo yo sé los planes que tengo para ustedes. Son planes para su bien, y no para su mal, para que tengan un futuro lleno de esperanza.» (Jeremías 29:11 | RVC)

Ahora bien, esa realización plena se da cuando nos acogemos a la gracia divina. Recuérdelo: Dios no nos obliga. Somos ustedes y yo quienes damos el paso de fe.

LA GRACIA NOS ABRE NUEVAS PUERTAS

De acuerdo con la ley judía, quienes incurrían en el adulterio, debían morir. Era un final trágico. Les lapidaban públicamente.

Ese es el contexto en el que una mujer fue llevada delante de Jesús:

«Entonces los escribas y los fariseos le llevaron a una mujer que había sido sorprendida cometiendo adulterio. La pusieron en medio, y le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. En la ley, Moisés nos ordenó apedrear a mujeres como ésta. ¿Y tú, qué dices?» Ellos decían esto para ponerle una trampa, y así poder acusarlo. Pero Jesús se inclinó y, con el dedo, escribía en el suelo. Como ellos insistían en sus preguntas, él se enderezó y les dijo: «Aquel de ustedes que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.» Y Jesús volvió a inclinarse, y siguió escribiendo en el suelo. Ellos, al oír esto, se fueron retirando uno a uno, comenzando por los más viejos y siguiendo por los más jóvenes. Sólo se quedó Jesús, y la mujer permanecía en medio.  Entonces Jesús se enderezó y le dijo: «Y, mujer, ¿dónde están todos? ¿Ya nadie te condena?» Ella dijo: «Nadie, Señor.» Entonces Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y no peques más.»» (Juan 8: 3-11 | RVC)

Quien tenía la autoridad para ordenar que la apedrearan, era Jesús. Él estuvo con el Padre en el monte Sinaí, cuando se promulgó la Ley. Sin embargo, le extendió el perdón divino: «Tampoco yo te condeno. Vete, y no peques más.»

Si nuestro Salvador no arrojó el primer guijarro, fue porque le extendió su amor y misericordia. Es la gracia de Dios en acción.

Por muy grandes que hayan sido los equívocos, Él nos ofrece perdón en respuesta a un sincero arrepentimiento. Y, además, nos asegura la vida eterna.

En la Palabra leemos:

«Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de ustedes, sino que es don de Dios; no por[g] obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas.» (Efesios 2: 8-10 | NBLA)

¿Y qué sigue en adelante? La decisión de no continuar pecando deliberadamente no obedece al interés de ser salvos, porque somos salvos por gracia y no por obras. Abandonamos prácticas que no honran al Padre, en retribución al amor que nos prodigó.

Rick Warren, autor y expositor cristiano, anota lo siguiente:

«Cuando Dios te da otra oportunidad para cumplir tu misión en la vida, aprovéchala. No la desperdicies. Ese es el tiempo para enfocarte en el llamado único de Dios para tu vida. Él te dará otra oportunidad para servirle. No importa cuánto lo hayas arruinado, Dios no ha cambiado tu misión. Tal vez has comenzado a desviarte un poco. Dios no ha cambiado tu misión. Así que continúa. Comienza hoy. Cuando Dios te da otra oportunidad, no tardes en obedecer. Las segundas oportunidades de Dios reflejan Su gracia y Su amor por ti.»

El apóstol Juan lo explica en términos muy sencillos:

«Nosotros amamos porque Él nos amó primero. Si alguien dice: «Yo amo a Dios», pero aborrece a su hermano, es un mentiroso. Porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto. Y este mandamiento tenemos de Él: que el que ama a Dios, ame también a su hermano.» (1 Juan 4:19-21 | NBLA)

Hoy es el día para que haga un alto en el camino, reconozca que ha pecado y, tras volver la mirada a Dios, se acoja a Su perdón ilimitado. Aprópiese de la gracia que Él le extiende hoy.


(C) Fernando Alexis Jiménez @Conexión365

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