El orgullo que alimentamos en el corazón nos torna duros cuando llega el momento de perdonarnos a nosotros mismos por los errores de la pasado y perdonar a quienes nos causan daño u ofenden.
Fernando Alexis Jiménez | Editor de la Revista Vida Familiar | @VidaFamiliarCo
Si usted se arrepiente y decide volver a Dios, Él no lo rechazará por sus pecados y, menos, lo enviará al infierno. Esa es una apreciación equivocada que nos han vendido los religiosos desde los púlpitos.
Predicar condenación, haciendo acopio de los versículos que nos interesan y se ajustan a lo que deseamos enseñar, dista mucho del Dios de amor del que nos hablan las Escrituras.
En la primera carta universal, el apóstol Juan escribió:
«Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él.» (1 Juan 4:7-9 | RV 60)
Si Dios nos ama, debemos amar. Un axioma que no se negocia. El amor debe ser parte de nuestra naturaleza.
EL PADRE VIENE A NUESTRO ENCUENTRO
No voy a entrar en disquisiciones teológicas que a nada contribuyen, pero definitivamente no comparto el que Dios haya decidido quién se salva y quién no. Comprendo que se trata de una doctrina popularizada en algunos círculos cristianos, pero definitivamente no me identifico con ella, sin pretender que tenga la última palabra.
No obstante, y partiendo de la parábola del hijo pródigo, comparto con usted lo que describe el evangelista Lucas:
“Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y se compadeció de él; salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo besó.” (Lucas 15: 20 b | NVI)
En esas dos líneas aprendemos:
- El padre estaba ansiando encontrarse con su hijo.
- El padre siempre tuvo abiertas las puertas de casa.
- Al ver que su hijo volvía, el padre fue movido a misericordia.
- El amor del padre no cambia, por encima de los equívocos de sus hijos.
Estas cuatro apreciaciones, nos muestran la grandeza del amor de Dios por usted y por mí. Es cierto, hemos fallado una y otra vez, en algunas ocasiones, deliberadamente.
El teólogo norteamericano, Charles Joseph Mahoney, anota lo siguiente:
“Con sus acostumbradas mentiras, nuestro enemigo espiritual, Satanás, siempre será raudo para susurrarnos acusaciones. Cuando vengan esos retos, no trate de luchar contra la condenación mediante sus propios esfuerzos.”
Si ha pensado que no vale la pena emprender el cambio, haga un alto en el camino. ¡No le crea al enemigo! Préndase de la mano de Dios, aprópiese de Su divina gracia.
DIOS NOS PERDONA, DEBEMOS PERDONAR
El orgullo que alimentamos en el corazón nos torna duros cuando llega el momento de perdonarnos a nosotros mismos por los errores de la pasado y perdonar a quienes nos causan daño u ofenden.
El amor que nos prodiga el Padre le lleva a anhelar nuestra conversión, como hijos, y que no nos perdamos por la eternidad.
En ese orden de ideas, permítame compartirle una parábola del Señor Jesús:
“Por eso el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al comenzar a hacerlo, se le presentó uno que le debía miles y miles de monedas de oro. Como él no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su esposa y a sus hijos, y todo lo que tenía, para así saldar la deuda. El siervo se postró delante de él. “Tenga paciencia conmigo —le rogó—, y se lo pagaré todo”. El señor se compadeció de su siervo, le perdonó la deuda y lo dejó en libertad. Al salir, aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros que le debía cien monedas de plata. Lo agarró por el cuello y comenzó a estrangularlo. “¡Págame lo que me debes!”, le exigió. Su compañero se postró delante de él. “Ten paciencia conmigo —le rogó—, y te lo pagaré”. Pero él se negó. Más bien fue y lo hizo meter en la cárcel hasta que pagara la deuda.” (Mateo 18: 23-30 | NVI)
Nuestro arrepentimiento toca el corazón de Dios y nos perdona, pero nosotros mismos, debemos tener hacia los demás, la misma misericordia.
También el Señor Jesús enseñó:
«Así también mi Padre celestial los tratará a ustedes, a menos que cada uno perdone de corazón a su hermano.» (Mateo 18:35 | NVI)
Volvemos al punto de partida: Si Dios nos perdonó, debemos perdonar.
Recuerde que nuestro amado Salvador vino a salvar, no a condenar:
«Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él.» (Juan 3: 17 | NVI)
Debemos gozarnos en el perdón de Dios que nos tiende puentes para experimentar una vida renovada, como escribe, Charles Joseph Mahoney:
“La libertad de la condenación no requiere que olvidemos ni neguemos la corrupción del pasado, fruto de nuestros pecados, sea que se hayan cometido antes de la conversión o después de ella.”
En Dios le espera una nueva vida. Pero la decisión de volverse a Él, es nada más que suya. Tome esa decisión hoy, es el mejor paso que jamás podrá dar…
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