El amor matrimonial que perdura

Vivir en consonancia con el llamamiento divino implica hacer un alto en el camino, evaluarnos y, bajo la guianza del Espíritu Santo, identificar en qué aspectos estamos fallando, para cambiar.

Vivir en consonancia con el llamamiento divino implica hacer un alto en el camino, evaluarnos y, bajo la guianza del Espíritu Santo, identificar en qué aspectos estamos fallando, para cambiar.


Fernando Alexis Jiménez | Director del blog SalvosporlaGracia.com


A sus casi 70 años, la ucraniana Lida Titorenko, estaba feliz. De su mano, el esposo, Primo Grasselli, cinco años mayor que ella. Encarnaban una pareja que experimentó la realidad de continuar amándose a pesar del paso del tiempo.

El matrimonio se celebraría en Sant’Angelo in Pontano, el 6 de mayo de 1984.  Siguen allí, en una pequeña población de la provincia de Macerata, en Italia.

La pareja se había conocido más de cuatro décadas atrás, en plena guerra, en un campo de trabajo nazi de Leipzig donde se fabricaba barniz. Allí se enamoraron y estuvieron juntos durante tres años.

Cuando los liberaron, ella volvió a Ucrania; y él, a Italia. Primo se casó y enviudó dos veces. Lida permaneció soltera. Él, después de quedar viudo por segunda vez, le escribió a Lida tras cuarenta y dos años de separación para proponerle un reencuentro. Ella aceptó.

Su vida ha estado signada por múltiples dificultades, pero aseguran que el amor los mantiene unidos.

Su historia sirve de inspiración en una sociedad en donde, apenas surgen las primeras dificultades, las parejas están pensando en romper los lazos del matrimonio.

LA CLAVE ES EL AMOR AUTÉNTICO

Hay una enorme diferencia entre enamoramiento, fruto del gusto por el rostro, el cuerpo o alguna característica particular de la pareja, y el amor verdadero que permanece en el tiempo.

Jhon Gray, autor del libro “Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus”, advierte lo siguiente alrededor de los dos problemas más comunes en el matrimonio:

“Podemos sintetizar los dos errores más comunes que cometemos en las relaciones, de la siguiente manera: 1. Un hombre trata de cambiar los sentimientos de una mujer cuando ella esta perturbada. Aquel se convierte entonces en el “arréglalo-todo” y ofrece soluciones que invalidan los sentimientos de esta. 2. Una mujer trata de cambiar el comportamiento de un hombre cuando este comete errores. Aquella se convierte entonces en la Comisión de Mejoramiento del Hogar y ofrece críticas y consejos no solicitados. Los hombres necesitan superar su resistencia a dar amor mientras que las mujeres deben superar su resistencia a recibirlo.”

También Gray escribe:

“El amor puede durar para toda la vida, pero requiere dejar a un lado nuestras expectativas sobre la forma de ser y de comportarse de nuestra pareja y encontrar un entendimiento y aceptación mayores. La atracción de las almas consiste en reconocer que tú tienes lo que la otra persona necesita para que tu alma crezca, y que ella tiene lo que a ti te hace falta.  Cuando hombres y mujeres aprenden a apoyarse mutuamente en las formas que resultan más importantes para sus necesidades propias y únicas, el cambio y el crecimiento se tornan automáticos. Tener a alguien que nos salude al final del día, que reconozca lo que valemos y se beneficie de nuestra existencia, le da a nuestra vida significado y propósito.”

El pilar esencial es el amor, que se cultiva. Es nuestra decisión amar y no podemos esperar que el cónyuge tome la decisión.

El apóstol Pablo hizo una amplia explicación del amor, que aplica al matrimonio, en su primera carta a los creyentes de Corinto:

«El amor es paciente y bondadoso; no es envidioso ni jactancioso, no se envanece; no hace nada impropio; no es egoísta ni se irrita; no es rencoroso; no se alegra de la injusticia, sino que se une a la alegría de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.» (1 Corintios 13: 4-7 | RVC)

Si lee cuidadosamente el texto, descubrirá que amar involucra dos componentes esenciales: el actitudinal y el relacional. Claro, la fundamentación son los sentimientos, pero de la mano va la actitud hacia la personal que debo amar—mi esposo o esposa—y la forma como expreso ese amor.

Cuando ese amor proviene de Dios y se expresa a través de nuestra vida, permanece por encima de las circunstancias:

«El amor jamás dejará de existir. En cambio, las profecías se acabarán, las lenguas dejarán de hablarse, y el conocimiento llegará a su fin.» (1 Corintios 13: 8 | RVC)

La solidez del amor, ese amor que cultivamos en la relación matrimonial, prevalece.

DIOS EN NUESTRA RELACIÓN CONYUGAL

Si deseamos que la relación matrimonial permanezca firme, debemos darle a Dios el primer lugar en todo momento.

Permítanos ilustrar el asunto con una enseñanza del Señor Jesús:

«Les voy a decir como quién es el que viene a mí, y oye mis palabras y las pone en práctica: Es como quien, al construir una casa, cava hondo y pone los cimientos sobre la roca. En caso de una inundación, si el río golpea con ímpetu la casa, no logra sacudirla porque está asentada sobre la roca. Pero el que oye mis palabras y no las pone en práctica, es como quien construye su casa sobre el suelo y no le pone cimientos. Si el río golpea con ímpetu la casa, la derrumba y la deja completamente en ruinas.» (Lucas 6: 47-49 | RVC)

Solamente nuestro amado Padre puede darle firmeza a la vida conyugal. El problema radica en marginar al Señor de nuestra vida en familia y, en particular, de la relación de pareja.

Es importante hacer un alto en el camino. Quizá usted ha desestimado quién es el Supremo Hacedor y el papel esencial que juega en el fortalecimiento de los lazos familiares. Si es así, es hora de volver la mirada a Dios y pedirle Su ayuda para resolver cualquier situación difícil por la que esté atravesando.

RESOLVER CONFLICTOS FAMILIARES

Está claro que es fundamental que Dios reine en nuestra vida matrimonial. A este cimiento, debemos sumar principios que debemos ir incorporando a nuestra existencia y que tienen incidencia en las relaciones.

Una de esas pautas, proviene del apóstol Pablo, quien escribió desde una celda:

«… les ruego que vivan como es digno del llamamiento que han recibido, y que sean humildes y mansos, y tolerantes y pacientes unos con otros, en amor. Procuren mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz.» (Efesios 1:1-3 | RVC)

Vivir en consonancia con el llamamiento divino implica hacer un alto en el camino, evaluarnos y, bajo la guianza del Espíritu Santo, identificar en qué aspectos estamos fallando. Es el punto de partida para emprender correctivos, no en nuestras fuerzas, sino bajo la gracia de Dios.

LA GRACIA EN LA VIDA FAMILIAR  

Dios nos ama. Por amor y aun cuando somos pecadores, nos extendió Su gracia. Fue por gracia y nada más que por gracia, la expresión del amor que el Padre nos tiene, que Jesús murió en la cruz por nuestros pecados.

Nuestro redentor se sacrificó por su pueblo, aun cuando no merecíamos ser perdonados. De igual manera, en la vida familiar debemos extender la gracia a nuestro cónyuge e hijos.

El apóstol Pablo escribió a los creyentes de Éfeso:

«Ustedes, las casadas, honren a sus propios esposos, como honran al Señor; porque el esposo es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así como la iglesia honra a Cristo, así también las casadas deben honrar a sus esposos en todo.» (Efesios 5:22-24| RVC)

Y a los esposos les escribió:

“Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla. Él la purificó en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo como una iglesia gloriosa, santa e intachable, sin mancha ni arruga ni nada semejante.” (Efesios 5: 25-27 | RVC)

Recibimos la gracia de Dios, sin que lo mereciéramos, y debemos extender esa gracia a la familia. Una cadena que da solidez a nuestra vida familiar.

Ahora, quizá se pregunte: ¿Es posible cambiar? Y se formula el interrogante porque siente enormes dificultades en el proceso de transformación personal, espiritual y familiar. La respuesta es positiva, ya que, por la gracia divina, emprendimos una nueva ruta.

El apóstol Pablo lo explica de la siguiente manera:

«Puesto que ustedes ya han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Pongan la mira en las cosas del cielo, y no en las de la tierra. Porque ustedes ya han muerto, y su vida está escondida con Cristo en Dios…. Por lo tanto, hagan morir en ustedes todo lo que sea terrenal: inmoralidad sexual, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia. Eso es idolatría. Por cosas como éstas les sobreviene la ira de Dios a los desobedientes. También ustedes practicaron estas cosas en otro tiempo, cuando vivían en ellas. Pero ahora deben abandonar también la ira, el enojo, la malicia, la blasfemia y las conversaciones obscenas. No se mientan los unos a los otros, pues ya ustedes se han despojado de la vieja naturaleza y de sus hechos, y se han revestido de la nueva naturaleza, la naturaleza del nuevo hombre, que se va renovando a imagen del que lo creó hasta el pleno conocimiento, donde ya no importa el ser griego o judío, estar circuncidado o no estarlo, ser extranjero o inculto, siervo o libre, sino que Cristo es todo, y está en todos.» (Colosenses 3:1-3, 5-11 | RVC)

Vencemos toda la manifestación del pecado en la forma de pensar y de actuar, no obrando en nuestras fuerzas, sino en el poder de Dios.

Permítanos citar aquí al autor y ministro cristiano, Charles Stanley, escribió:

«… el poder de la cruz no terminó cuando el Señor murió. Su muerte abrió la puerta de la salvación a quienes la aceptan por fe para que sean perdonados y tengan un lugar en el cielo. Incluso, después de la salvación, el poder de la cruz continúa en la vida de los creyentes. Millones de personas han sido transformadas como resultado de la victoria del Salvador sobre el pecado y la muerte. Él nos libera de adicciones y conductas pecaminosas, dándonos poder para vivir en victoria por su justicia.» (Citado en el portal «EnContacto»)

El poder de la cruz, donde nuestros pecados fueron perdonados, sigue latente. Es la gracia perdonadora y transformadora de Dios que obra a nuestro favor. Sin embargo, nos apropiamos de esa gracia, cuando creemos en la obra redentora de Jesús en la cruz, que nos limpia de la maldad y nos ofrece una nueva vida.

Hoy es el día oportuno. Ábrale las puertas de su corazón a Jesucristo.


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