El tramposo al que Dios prosperó

Que el Señor nos extienda su gracia no es pretexto para seguir pecando. Por el contrario, debe ser motivo para volvernos al Padre con sincero arrepentimiento, deseando serle fieles en nuestro andar diario.

Que el Señor nos extienda su gracia no es pretexto para seguir pecando. Por el contrario, debe ser motivo para volvernos al Padre con sincero arrepentimiento, deseando serle fieles en nuestro andar diario.


Fernando Alexis Jiménez | Director del Portal Familias Sólidas


Que Jacob era tramposo, nadie lo puede negar. A lo largo de su existencia, tal como lo registra el libro del Génesis, descubrimos su trasegar sacando ventaja de las situaciones.

El primer paso que quizá a muchos podría despertarles indignación, fue cuando le compró la primogenitura a su hermano Esaú, a cambio de un plato de lentejas y un vaso con refresco. El relato lo leemos en Génesis 25: 27-34.

Es evidente que Jacob se aprovechó del cansancio, del hambre, de la sed de su hermano.

Por supuesto, un equívoco de Esaú en el que solemos incurrir todos, es que era inmediatista, no pensaba en el mañana. Esa fue una de las razones por las que desestimó el valor de su primogenitura.

Cuando nos encontremos frente a situaciones en las que no sabemos qué hacer, lo apropiado es buscar a Dios en procura de ayuda.

En particular, hay un versículo que le invito a tener en cuenta:

«Isaac quería más a Esaú porque le gustaba comer de lo que él cazaba; pero Rebeca quería más a Jacob.» (Génesis 25: 28 | NVI)

Rebeca pareciera que lo sobreprotegía y se convirtió más adelante en cómplice de sus actuaciones.

BENDECIDO, PERO CON AYUDA DE ENGAÑOS

La bendición de los padres sobre los hijos era muy importante. Este, por supuesto, fue un punto crítico. Jacob se robó esa bendición con argucias y la complicidad de su madre.

La historia está descrita en Génesis 27:1-41. En particular hay una escena que le invitamos a considerar con sumo cuidado:

«—Soy Esaú, tu primogénito —contestó Jacob—. Ya hice todo lo que me pediste. Ven, por favor, y siéntate a comer de lo que he cazado; así podrás darme tu bendición. Pero Isaac preguntó a su hijo: —¿Cómo fue que lo encontraste tan pronto, hijo mío? —El Señor tu Dios me ayudó —respondió Jacob. Isaac dijo: —Acércate, hijo mío, para que pueda tocarte y saber si de veras eres o no mi hijo Esaú. Jacob se acercó a su padre, quien al tocarlo dijo: —La voz es la de Jacob, pero las manos son las de Esaú. Así que no lo reconoció, porque sus manos eran velludas como las de Esaú. Ya se disponía a bendecirlo 24 cuando volvió a preguntarle: —¿En serio eres mi hijo Esaú? —Claro que sí —respondió Jacob.» (Génesis 27: 19-24 | NVI)

Jacob suplantó a su hermano, mintió a su padre—lo cual era un irrespeto—y además involucró a Dios en sus engaños porque dijo que el Señor le había prosperado para conseguir una presa de caza con rapidez.

Si lo tuviéramos frente a nosotros, podríamos decir que es de aquellas personas que esgrimen como estandarte la frase: “El fin justifica los medios”. Es decir, el propósito es lograr los objetivos sin que medien principios y valores.

TODOS LOS ERRORES TRAEN CONSECUENCIAS

Cuando actuamos equivocadamente, enfrentamos las consecuencias. De hecho, debemos estar preparados para asumirlas. No podemos eludir las tormentas que desencadenamos.

Es cierto, puede que nos arrepintamos, pero las situaciones que generamos desencadenan secuelas.

¿Recuerda al rey David? Cayó con Bethsabé, la sedujo, la embarazó y asesinó a su marido. ¿Se arrepintió? Claro que sí. Él escribió:

«Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu gran amor; conforme a tu misericordia, borra mis transgresiones.  Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado. Yo reconozco mis transgresiones; siempre tengo presente mi pecado.» (Salmo 51: 1-3 | NVI)

Reconoció que en sus fuerzas no podía experimentar la transformación que anhelaba y que solamente Dios podía ayudarle.

En el caso de Jacob, comprendió que su hermano deseaba matarlo. Solo esperaba que muriera Isaac para acabar con su vida (Génesis 27: 41-45). Por ese motivo e instado por su madre—que era su cómplice—decidió huir a   Harán, en el sudeste de Turquía. Era la región que unía a Anatolia con el Mediterráneo. Allí moraba su tío Labán.

No obstante, lo anterior, la misericordia de Dios–su gracia y amor infinitos que también nos acompañan–estaban con Jacob. Fue así como la bendición de Isaac y los deseos de que fuera prosperado, lo acompañaran:

«Que el Dios Todopoderoso te bendiga, te haga fecundo y haga que salgan de ti numerosas naciones. Que también te dé, a ti y a tu descendencia, la bendición de Abraham, para que puedan poseer esta tierra donde ahora vives como extranjero, esta tierra que Dios prometió a Abraham.» (Génesis 28: 3, 4 | NVI)

Por supuesto, que el Señor nos extienda su gracia no es pretexto para seguir pecando. Por el contrario, debe ser motivo para volvernos al Padre con sincero arrepentimiento, deseando serle fieles en nuestro andar diario.

Inclusive, cuando Jacob llegó a su destino, Dios le confirmó las promesas hechas a sus antepasados:

«En el sueño, el Señor estaba de pie junto a él y le decía: «Yo soy el Señor, el Dios de tu abuelo Abraham y de tu padre Isaac. A ti y a tu descendencia les daré la tierra sobre la que estás acostado. Tu descendencia será tan numerosa como el polvo de la tierra. Te extenderás de norte a sur y de oriente a occidente, y todas las familias de la tierra serán bendecidas por medio de ti y de tu descendencia.  Yo estoy contigo. Te protegeré por dondequiera que vayas y te traeré de vuelta a esta tierra. No te abandonaré hasta cumplir con todo lo que te he prometido».» (Génesis 28: 13-15 | NVI)

El amor de Dios por nosotros no tiene límites y deberíamos corresponderle, caminando cada día tomados de Su mano poderosa.

LAS TRANSFORMACIONES EN LA VIDA DE JACOB

La vida de Jacob estuvo marcada por giros y vueltas, momentos de astucia y momentos de fe profunda. A través de sus experiencias, Jacob experimentó profundas transformaciones, ganándose el nuevo nombre de Israel, que significa «el que lucha con Dios».

Jacob huyó de la ira de Esaú por consejo de su madre, Rebeca. Se dirigió a Padán-aram, la tierra de su abuelo materno, Betuel (Génesis 27:43-45).  En esa tierra conoció a Raquel, la hija menor de Labán, y se enamora de ella. Trabajó siete años para Labán para poder casarse con Raquel (Génesis 29:10-20).

Como forastero en tierra ajena, le nacieron 12 hijos con Raquel, Lea y sus siervas Bilha y Zilpa. Estos hijos formarían las 12 tribus de Israel (Génesis 29:31-35, 30:1-26). Después de trabajar 20 años para Labán, decide regresar a Canaán con su familia y sus posesiones. Labán lo persigue, pero Dios interviene y evita un conflicto (Génesis 31:17-55). Es entonces cuando decide regresar a la tierra de sus padres.

Por supuesto, temía el encuentro con su hermano Esaú, temiendo que estuviera alimentado por el odio. Sin embargo, Esaú lo sorprende con un abrazo fraternal (Génesis 32:1-21).

UN ENCUENTRO PERSONAL CON DIOS

Lo que marca un antes y un después en nuestra existencia, es tener un encuentro personal con Dios. Cuando nos rendimos a Él y nos sometemos a Su gracia, experimentamos una transformación única y extraordinaria. Jamás volvemos a ser los mismos.

Le animamos a leer un emotivo encuentro de Jacob con el Dios que transforma:

«Aquella misma noche Jacob se levantó, tomó a sus dos esposas, a sus dos esclavas, a sus once hijos y cruzó el río Jaboc. Una vez que lo habían cruzado, hizo pasar también todas sus posesiones, quedándose solo. Entonces un hombre luchó con él hasta el amanecer. Cuando este se dio cuenta de que no podía vencer a Jacob, lo tocó en la coyuntura de la cadera y esta se le dislocó mientras luchaban. Entonces dijo: —¡Suéltame, que ya está por amanecer! —¡No te soltaré hasta que me bendigas! —respondió Jacob.  —¿Cómo te llamas? —le preguntó el hombre. —Me llamo Jacob —respondió. Entonces le dijo: —Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres y has vencido. —Y tú, ¿cómo te llamas? —preguntó Jacob. Él respondió: —¿Por qué preguntas cómo me llamo? Y en ese mismo lugar lo bendijo.  Jacob llamó a ese lugar Peniel, porque dijo: «He visto a Dios cara a cara y todavía sigo con vida».  Cruzaba Jacob por el lugar llamado Peniel, cuando salió el sol. A causa de su cadera dislocada iba cojeando.  Por esta razón los israelitas no comen el tendón que está en la articulación de la cadera, porque a Jacob se le tocó en dicho tendón.» (Génesis 32: 22-32 | NVI)

En las crisis, debemos recurrir a Dios. Cuando hacemos un alto en el camino y descubrimos el cúmulo de errores alrededor de los cuales nos movemos, es esencial rendirnos a Dios y, todo plan o proyecto que concibamos, demos entregarlo en manos de Dios (Salmo 37: 5)

Cuando Dios tuvo el encuentro personal con Dios, Él lo transformó. Igual con nosotros. Si nos acogemos a su gracia, nuestra existencia presente y futura cambia.

La vida de Jacob es un ejemplo de cómo Dios puede transformar a las personas a través de sus experiencias, incluso cuando cometen errores. Su historia nos enseña sobre la importancia de la fe, la perseverancia y el perdón.


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