Es tiempo de volver la mirada a Dios

Dios responde al arrepentimiento sincero de nuestro corazón, perdonando nuestros pecados.

Cuando hay un arrepentimiento sincero en el corazón, reconocemos nuestro pecado y nos disponemos a pedir perdón. En respuesta, Dios borra todos nuestros pecados y nos brinda una nueva oportunidad.


Fernando Alexis Jiménez | Editor de la Revista Vida Familiar | @VidaFamiliarCo


A menos que tomemos acción, es decir, hagamos un alto en el camino, nos evaluemos y nos dispongamos a cambiar, nuestra vida inmersa en el pecado irá de mal en peor.

Cuando nuestra entramos en crisis, la conciencia nos acusa. El adversario espiritual, Satanás, toma ventaja y a través de la acusación, nos hace pensar que Dios jamás perdonará nuestros pecados.

El autor y teólogo norteamericano, Charles Joseph Mahaney, anota:

La condenación aparece en innumerables formas. Constituye un peso en el corazón. Algunos hemos cargado con la condenación por mucho tiempo, tanto así que consideramos normal ir a través de la vida sujetos al pasado, a los pecados del ayer. Y la verdad es que apartados de la cruz, la condenación es normal. Sin Jesús todos merecemos la condenación y el castigo por el pecado.”

Como en el caso del hijo pródigo, es necesario revisar cómo estamos y, con la ayuda del Señor, decidirnos por el cambio y el crecimiento en todas áreas de nuestra existencia.

SIETE PILARES DEL CAMBIO Y CRECIMIENTO

Le animo para revisemos qué ocurrió con el hijo pródigo cuando estaba sumido en el Pozo de la Desesperación:

«Por fin recapacitó y se dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen comida de sobra, y yo aquí me muero de hambre! Tengo que volver a mi padre y decirle: Papá, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco que se me llame tu hijo; trátame como si fuera uno de tus jornaleros”. Así que emprendió el viaje y se fue a su padre.» (Lucas 15: 17-20 | NVI)

Le invito a revisar el pasaje cuantas veces sea necesario. Al hacerlo, descubrirá siete elementos fundamentales en el proceso de cambio y crecimiento a la luz de la gracia de Dios:

  • Recapacitar sobre cómo está nuestra vida.
  • Evaluar la vida buena que dejamos atrás.
  • Tomar la decisión de volvernos a Dios.
  • Reconocer el pecado.
  • Pedir perdón.
  • Rendirnos con disposición a la renuncia.
  • Dar pasos de fe en la dirección apropiada.

Analicemos cada uno de los pilares que reorientarán el curso de su existencia.

1.- RECAPACITE CÓMO ESTÁ SU VIDA

El hecho de que nos encontremos sumidos en el Pozo de la Desesperación producto del pecado, no determina que sigamos así para siempre. Por la gracia de Dios tenemos la oportunidad de arrepentirnos y emprender una nueva vida.

Charles Joseph Mahaney, en el libro la Vida Cruzcéntrica, escribe:

“No le crea a Satanás cuando le dice que cultivando la condenación y sumiéndose en la vergüenza, de algún modo agrada a Dios. Es mentira. Tampoco le agrada al Padre un constante grado de culpa de modo que se sienta mal cuando los demás plantean que ya están caminando en santidad. Dios se glorifica cuando creemos de todo corazón que quienes confían en Cristo jamás serán condenados.”

En esa dirección, si reconoce que ha pecado y que no quiere seguir igual; es más, admite que necesita de Dios, entonces está dando pasos acertados.

El hijo pródigo se evaluó cuidadosamente:

“Por fin recapacitó y se dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen comida de sobra, y yo aquí me muero de hambre!”

Lo que está experimentando ahora no es vida, sino un infierno. Y nadie más que usted determina cuándo acabará esa condición.

2.- EVALÚE LA VIDA BUENA QUE ABANDONÓ

Observe de nuevo el pasaje. El hijo pródigo reconoció que, en casa de su padre, había abundancia. Incluso, quienes servían como jornaleros, disfrutaban un buen nivel de vida.

Nuestro Señor Jesús enseñó a una multitud y a nosotros hoy:

«El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.  Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas.» (Juan 10: 10, 11 | NVI)

Quien trazó un sendero seguro, de perdón delante del Padre, fue Jesús con su muerte en la cruz. Él es quien nos liberta de las ataduras:

«Así que, si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres.» (Juan 8: 36 | NVI)

Usted decide avanzar hacia la libertad, prendido de la mano del Señor Jesús. No puede ser su adversario espiritual quien decida, porque lo llevará más profundo en el estado de desesperación en el que se encuentra.

3.- TOME LA DECISIÓN DE VOLERSE A DIOS

La Biblia relata que, al verse en esa condición tan lamentable, el hijo pródigo dijo:

“Tengo que volver a mi padre…”

Es un paso que usted está llamado a dar hoy. Desconozco dónde se encuentra o el desasosiego que experimenta; lo que, si puedo asegurarle es que volvernos a Dios, es el comienzo del cambio y transformación que anhelamos desde hace mucho tiempo.

4.- RECONOZCA SU PECADO

El evangelista Juan relata que en cierta ocasión una mujer adúltera fue llevada delante del Señor Jesús. Los religiosos de la época la sorprendieron en el acto de inmoralidad.

«… y poniéndola en medio del grupo le dijeron a Jesús: —Maestro, a esta mujer se le ha sorprendido en el acto mismo de adulterio. En la ley Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Tú qué dices? Con esta pregunta le estaban tendiendo una trampa, para tener de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y con el dedo comenzó a escribir en el suelo.» (Juan 8: 3-6 | NVI)

Resulta fácil señalar los errores de los demás y justificar los nuestros. Probablemente usted ha obrado así. Pero tratándose de su cambio y crecimiento, es necesario reconocer su pecado.

5.- PIDA PERDÓN A DIOS

Cuando hay un arrepentimiento sincero en el corazón, reconocemos nuestro pecado y nos disponemos a pedir perdón.

El pasaje continúa en los siguientes términos:

“Y, como ellos lo acosaban a preguntas, Jesús se incorporó y les dijo: —Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. E inclinándose de nuevo, siguió escribiendo en el suelo. Al oír esto, se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos, hasta dejar a Jesús solo con la mujer, que aún seguía allí.  Entonces él se incorporó y le preguntó:  —Mujer, ¿dónde están? ¿Ya nadie te condena?  —Nadie, Señor. —Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar.” (Juan 8: 7- 11 | NVI)

Sin duda nuestro Salvador Jesucristo vio en ella esa amalgama de temor, desesperación y arrepentimiento, ingredientes necesarios para el perdón.

Si reconoce en su vida el pecado, vuelva su mirada a Dios con humildad. Si se lo pide, Él perdonará sus trasgresiones, por grandes que parezcan. Lo hace por gracia, no por los méritos que usted cree que le asisten.

6.- RENDICIÓN Y RENUNCIA DELANTE DE DIOS

En las escrituras leemos cuál fue la actitud del hijo pródigo cuando se arrepintió:

“Tengo que volver a mi padre y decirle: Papá, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco que se me llame tu hijo; trátame como si fuera uno de tus jornaleros…”

Si hay honestidad en nuestro corazón, reconocemos el mundo de pecado en el que estamos inmersos, no nos justificaremos por los errores, y tampoco consideraremos que—por nuestras obras—merecemos el perdón. Nada de eso. Nos asistirá el ánimo de rendición y renuncia delante del Padre.

7.- DAR PASOS DE FE EN LA DIRECCIÓN APROPIADA

No basta con pensar en arrepentirnos, es necesario arrepentirnos. Disponer el corazón para el cambio. Eso es exactamente lo que hizo el hijo pródigo, como leemos en la Palabra:

Ya no merezco que se me llame tu hijo; trátame como si fuera uno de tus jornaleros…”

Se sujeto al Padre. No medió otro interés que el de volver a Su lado. El mismo sentimiento que debe alimentar hoy en su corazón.

LA GRACIA DE DIOS QUE PERDONA

Insistimos en la gracia de Dios, porque nada más que la gracia nos hace libres, trae perdón de nuestros pecados y nos abre las puertas a una nueva vida. Nuestro amado Padre lo hace posible.

El rey David escribió:

«Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones, a quien se le borran sus pecados.  Dichoso aquel a quien el Señor no toma en cuenta su maldad   y en cuyo espíritu no hay engaño.» (Salmo 32: 1, 2 | NVI)

En un momento crítico de su vida, reconoció su pecado y se rindió a la gracia divina, al amor del padre que perdona.

En tanto él quiso encubrir sus errores, experimentó enfermedades, quebrantos físicos y emocionales:

“Mientras guardé silencio, mis huesos se fueron consumiendo por mi gemir de todo el día.  Mi fuerza se fue debilitando como al calor del verano, porque día y noche   tu mano pesaba sobre mí.  Pero te confesé mi pecado, y no te oculté mi maldad.  Me dije: «Voy a confesar mis transgresiones al Señor», y tú perdonaste mi maldad y mi pecado.” (Salmo 32: 3 – 5 | NVI)

Apropiarnos de la gracia de Dios y volvernos a Dios en procura de perdón, es la mejor decisión que podremos tomar siempre. Ese paso imprimirá un antes y un después en nuestra vida personal, espiritual y familiar.


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