Usted ha sido perdonado, no porque lo merezca, sino porque el amor de Dios no quiere su condenación eterna, sino que sea salvo. Al comprender que el amor se manifestó con el doloroso martirio de Jesús en la cruz para limpiarnos de nuestros pecados y maldad, estamos dispuestos a emprender un nuevo camino, para agradarle.
Fernando Alexis Jiménez | Editor del portal Familias Sólidas
El autor no dice qué hora era. No podemos especificar si era media mañana o al caer la tarde. Hay múltiples especulaciones. Lo cierto es que un grupo de hombres arrojó a la mujer al suelo, ante todos. Curiosidad, juzgamiento, miradas señaladoras, murmuraciones en voz baja.
“Al amanecer se presentó de nuevo en el Templo. Toda la gente se le acercó, y él se sentó a enseñarles. Entonces, los maestros de la Ley y los fariseos llevaron a una mujer sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio del grupo, dijeron a Jesús: —Maestro, a esta mujer se le ha sorprendido en el acto mismo de adulterio. En la Ley Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Tú qué dices?” (Juan 8:2-5 | NVI)
Eso es muy propio de los religiosos. No solo los de la época de Jesús, también ahora. No hay compasión, solo lo que dice la letra. Así, sin más. No importa la persona, solo condenarle. “Vas a pasar el resto de tu vida en el infierno.” Punto.
Conozco esa actitud condenatoria de primera mano. Por más de treinta años, detrás de un púlpito, me especialicé en predicar condenación. Y aunque en criterio de la audiencia, los mensajes eran cautivadores y elocuentes, con ilustraciones prácticas, siempre concluía diciendo: “Si no se arrepiente hoy y rinde su vida a Cristo, se va para el infierno. Piénselo.”
Con semejante amenaza, decenas pasaban al frente para entregar su vida al Señor Jesús.
Al revisar los bosquejos de sermones que escribí y que están publicados en su totalidad en la Internet, comprobé con sorpresa que hablaba muy poco del amor de Dios. En pocas palabras, era como los maestros de la Ley y fariseos de la época de Jesús. Quizá usted también.
Quizá lo que ha escuchado decir de Dios, es que es castigador, ocupado comprobar en qué momento usted comete un error, para enviarlo a las llamas. ¡Tremendo equívoco! Esa imagen que nos han vendido en las comunidades de creyentes y que yo mismo proclamaba, dista mucho del verdadero Dios, de quien escribe el apóstol Juan:
«Queridos hermanos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios y todo el que ama ha nacido de él y lo conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. Así manifestó Dios su amor entre nosotros: en que envió a su Hijo único al mundo para que vivamos por medio de él.»(1 Juan 4: 7-9 |NVI)
Le animo a leer este pasaje una y otra vez, hasta interiorizarlo. Enseña que quien ama, es nacido de Dios, luego intuimos, es un distintivo del creyente. Y, a continuación: Dios es amor. Es su naturaleza.
Sobre esa base, si nos ama, no está interesado tanto en que nos condenemos por siempre, sino en nuestra salvación eterna.
LOS RELIGIOSOS IMPONEN SU PENSAMIENTO
Cuando llevaron a la mujer adúltera delante del Señor Jesús, los religiosos procuraban reafirmar sus convicciones preconcebidas, cimentadas únicamente en la condenación.
“Con esta pregunta le estaban tendiendo una trampa, para tener de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y con el dedo comenzó a escribir en el suelo.” (Juan 8: 6 | NVI)
Jesús, que en su ministerio terrenal era Dios encarnado, pudo impartir la instrucción demoledora: “Apedréenla” Y estaba en todo su derecho, porque fue en el monte Sinaí donde impartió la Ley, en la cual se condenaba el adulterio.
Sin embargo, leemos en el relato:
“Y como ellos lo acosaban a preguntas, Jesús se incorporó y les dijo: —Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. E inclinándose de nuevo, siguió escribiendo en el suelo. Al oír esto, se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos, hasta dejar a Jesús solo con la mujer, que aún seguía allí. ” (Juan 8:7-9 | NVI)
Muchos creyentes nos especializamos en categorizar los pecados. En esa dirección se considera que mentir no es tan grave como robar y, tampoco, el hacer trampas que el adulterio. Robar y adulterar, desde esa perspectiva, son pecados más grandes y graves que mentir o tomar ventaja de los demás.
No obstante, Jesús emite una sentencia que aún hoy nos debe llevar a una evaluación cuidadosa: “Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.”
En términos sencillos, todos merecemos morir porque nadie está exento de haber pecado. Incluso, siendo ya convertidos a la fe, seguimos pecado. Es decir, no tendríamos oportunidad alguna de pasar a la eternidad.
LA GRACIA QUE PERDONA
El amor es uno de los grandes fundamentos de la gracia de Dios. No de otra manera podemos explicar que haya enviado a Su Hijo Jesús a morir en la cruz por nuestros pecados, para limpiarnos y darnos vida eterna (Juan 3: 16).
El autor y teólogo, John MacArthur, explica el asunto en términos prácticos:
“Jesús vino a la tierra “para quitar nuestros pecados” (1 Juan 3:5). Él vino no sólo a pagar el castigo por el pecado y ofrecer perdón, sino también para quitar los pecados por completo. Como resultado de la expiación vicaria de Cristo, los creyentes han sido apartados del pecado para santidad. La rebeldía que una vez caracterizó sus vidas ha sido removida.”
Al tener ese panorama, podemos entender la actitud de Jesús hacia la mujer adúltera:
“Entonces él se incorporó y le preguntó: —Mujer, ¿dónde están? ¿Ya nadie te condena? —Nadie, Señor. Jesús dijo: —Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar.” (Juan 8: 10-11 | NVI)
Jesús no arrojó la piedra. Por el contrario, la perdonó y le dio una nueva oportunidad. Sin duda, al levantarse de ahí, con todo y la vergüenza que la acompañaba, jamás volvió a ser la misma. Es algo propio de quien comprende la grandeza de la gracia de Dios.
El autor, MacArthur, alrededor de quien entiende lo que significa el sacrificio de Jesús en la cruz, escribe lo siguiente:
«Por lo tanto, es inconsistente con Su trabajo redentor de la Cruz que cualquiera que comparta la vida misma de Cristo continúe en pecado. En otras palabras, ya que Cristo murió para santificar el creyente (2 Corintios 5:21), vivir de manera pecaminosa es contraria a Su obra que rompe el dominio del pecado sobre la vida del creyente (cp. Romanos 6:1-15). La verdad de que Cristo vino a destruir el pecado no es simplemente una esperanza futura; es una realidad presente. Juan no está diciendo -como algunos trataron de inferir- que los creyentes eventualmente serán liberados del pecado cuando mueran y mientras tanto pueden ser tan pecaminosos como eran antes de su conversión. Por el contrario, mientras que la santificación puede ser lenta y gradual, la obra transformadora de Cristo en la salvación es inmediata (Filipenses 1:6).»
Usted ha sido perdonado, no porque lo merezca, sino porque el amor de Dios no quiere su condenación eterna, sino que sea salvo. Y, por supuesto, al comprender que el amor se manifestó con el doloroso martirio de Jesús en la cruz para limpiarnos de nuestros pecados y maldad, estamos dispuestos a emprender un nuevo camino, para agradarle. Es cierto, no nos salva porque le agrademos, sino por gracia. Pero es nuestra forma natural y voluntaria de decirle: “Gracias Padre por tu obra de redención.”
La decisión de apropiarse de la gracia de Dios está en sus manos y mi oración es que, al leer estas breves líneas, reconozca que ha pecado. Sin embargo, por vergonzosos que hayan sido sus pecados del pasado, el Padre celestial no lo rechaza. Por el contrario, desea perdonarle y asegurarle la vida eterna. El precio ya fue pagado en la cruz. Decídase por el perdón de Dios.