Desde la perspectiva humana, no merecemos el perdón de Dios. Tampoco si miramos los preceptos trazados por el Padre celestial. Sin embargo, Él nos perdona por Su amor y gracia hacia nosotros, los pecadores.
Fernando Alexis Jiménez | Director del Instituto Bíblico Ministerial
Si nos preguntamos con la mano en el corazón si merecemos el perdón de Dios, la respuesta contundente es que no. Sin embargo, por Su gracia por perdona.
Cuando una persona se convierte de sus malos caminos, el Creador experimenta gozo. Él nos ama y desea lo mejor. Es una realidad que leemos en la historia del hijo pródigo:
“Porque este hijo mío estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado”. Así que empezaron a hacer fiesta.” (Lucas 15: 24 | NVI)
La razón es sencilla y a la vez contundente: desde la perspectiva divina pasamos de estar muertos—por el pecado y la perdición—a una vida renovada. La sangre vertida por el amado Salvador Jesucristo en la cruz, lo hizo posible.
¿MERECEN PERDÓN LOS PECADORES?
Desde la perspectiva humana, los pecadores únicamente tienen un destino: el infierno.
No obstante, desde la óptica de Dios, hay una apreciación diferente, como lo describe el apóstol Pedro:
«El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan.» (2 Pedro 3: 9 | NVI)
Su anhelo de que nadie se pierda es el que alimenta su misericordia. Es el amor de Dios por usted y por mí, que nos resulta incomprensible.
Para los religiosos y legalistas, el que nuestro Padre extienda el perdón, evidencia que no es equitativo y que no permanece firme en sus decisiones, porque en el Antiguo Testamento leemos del castigo para los transgresores de las pautas trazadas por Él.
Y algo más: en la medida que los pecados de una persona sean muchos, creen que deben recibir mayor castigo.
AL QUE MUCHO SE LE PERDONA
El evangelista Lucas registra un hecho aleccionador, cuando Jesús se encontraba en una casa, junto con sus discípulos. Estaban presentes varios fariseos, los religiosos de la época. Y se escandalizaron cuando una mujer, señalada de ser pecadora «… se presentó con un frasco de alabastro lleno de perfume. Llorando, se arrojó a los pies de Jesús, de manera que se los bañaba en lágrimas. Luego se los secó con los cabellos; también se los besaba y se los ungía con el perfume.» (Lucas 7:37, 38 | NVI)
Los cuestionamientos no se hicieron esperar. Simón, el anfitrión, no ocultó su molestia.
“Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la que lo está tocando, y qué clase de mujer es: una pecadora”. (Lucas 7: 39 | NVI)
¿Puede asimilar la situación? Si nuestra salvación dependiera del género humano, estaríamos perdidos. Desde su visión, la muerte y las llamas eternas son la única alternativa.
Los religiosos y legalistas quisieran tomar justicia por mano propia. Se consideran con la prerrogativa de tomar decisiones.
El amado Señor Jesús dio una explicación sencilla:
«Por esto te digo: si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados. Pero a quien poco se le perdona, poco ama.» (Lucas 7: 47 | NVI)
Esa es la respuesta del pecador—en este caso de la mujer–ante la gracia de Dios. Gratitud. Caminar conforme a la voluntad del Padre en agradecimiento por Su bondad. Quien comprende la gracia en su dimensión plena, no se siente obligado, lo hace por amor.
EL RELIGIOSO NO ENTIENDE NI ACEPTA LA GRACIA
Al volver a la historia del hijo pródigo, encontramos en el hermano mayor, la ilustración de un religioso que no entiende ni acepta la gracia de Dios. Así lo podemos deducir al enterarse de la llegada de su familiar y del tipo de recibimiento del padre:
«Mientras tanto, el hijo mayor estaba en el campo. Al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música del baile. Entonces llamó a uno de los siervos y le preguntó qué pasaba. “Ha llegado tu hermano —le respondió—, y tu papá ha matado el ternero más gordo porque ha recobrado a su hijo sano y salvo”. Indignado, el hermano mayor se negó a entrar. Así que su padre salió a suplicarle que lo hiciera.» (Lucas 15: 25-28 | NVI)
Piénselo por un instante: todos albergamos algún grado de religiosidad. Cuestionamos, señalamos, condenamos y por ese motivo, no dimensionamos la plenitud de la gracia.
Quien puede cambiar nuestra perspectiva es Dios. Nadie más que él. Lo que sí puedo asegurarle es que, comprender la gracia divina, traerá una transformación a su existencia y será un bastión para su proceso de cambio y crecimiento. Hoy es el día para emprender ese camino maravilloso, prendidos de la mano del Señor Jesús.
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