Jesús ya pagó por todos sus pecados. Lo que resta es apropiarnos de la gracia de Dios para que nuestros pecados queden totalmente borrados (Miqueas 7: 18, 19), experimente la transformación que anhela y tenga la certeza de la vida eterna.
Fernando Alexis Jiménez | Editor del Blog SalvosporlaGracia.com
Joseph Blankson no lo pensó dos veces y se arrojó al agua, cuando el bote en el que viajaban varias personas se volcó, en Lagos, en Nigeria. Fue a mediados de agosto de 2018. Confiaba en sus capacidades ya que siempre había sido un buen nadado; su propósito: ayudar a cuantos más pudiera.
Logró sacar a 13 personas del río. Finalmente se agotó por entrar y salir del río, rescatando a una persona después de otra. Al intentar salvar a la decimocuarta persona, Blankson se ahogó trágicamente.
Namdi Omoni, portavoz de la Policía del estado de Rivers, dijo que el accidente se produjo cuando el barco de pasajeros, que transportaba a 24 viajeros, chocó contra un objeto.
El oficial también confirmó que Blankson, de 36 años, fue la única víctima. Se le conocía en la comunidad como un hombre desinteresado y amoroso con las personas. «Siempre será recordado como un superhéroe de la vida real«, anotó Omoni en una entrevista.
“Era un hombre cariñoso y afectuoso, un muy buen padre para nuestros hijos. Puso a las personas primero, por delante de sí mismo. Era desinteresado”, dijo su esposa Mercy, quien reside hoy con sus dos hijos en la ciudad de Port Harcourt, en el sur de Nigeria.
Oyinemi Nicholas Endeley, un nigeriano, escribió en redes sociales: “Blackson le mostró al mundo que hay héroes por ahí. Dijo que era mejor que 13 persona viviera a que él se salvara sabiendo que no intentó ayudar. Eso para mí significa más que la vida misma.”
JESÚS MURIÓ POR NUESTROS PECADOS
La historia de Joseph Blankson nos hace recordar el sacrificio del Señor Jesús en la cruz. El apóstol Pablo lo describe en dos líneas:
«Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor.» (Romanos 6: 23 | NBLA)
El pecado no necesariamente resulta inmediatamente en la muerte física. Romanos 6 no nos dice que cuando pecamos vamos a morir físicamente. Más bien, se refiere a la muerte espiritual.
Y ese tipo de muerte, la de carácter espiritual, es destructiva, como advierte el salmista:
«Señor, no me reprendas en Tu enojo, ni me castigues en Tu furor. Porque Tus flechas se han clavado en mí, y sobre mí ha descendido Tu mano. Nada hay sano en mi carne a causa de Tu indignación; en mis huesos no hay salud a causa de mi pecado.» (Salmos 38: 1-3 | RVC)
Y, también, leemos en la Palabra:
“Ten piedad de mí, oh Señor, porque estoy en angustia; se consumen de sufrir mis ojos, mi alma y mis entrañas. Pues mi vida se gasta en tristeza y mis años en suspiros; mis fuerzas se agotan a causa de mi iniquidad, y se ha consumido mi cuerpo.” (Salmo 31: 9. 10 | NBLA)
Pecar desata consecuencias, muchas de las cuales nos persiguen como una sombra gigantesca.
La autora cristiana, Erin Davis, escribe:
«La Biblia deja claro que el pecado es algo muy serio. Pero, ¿habla de las consecuencias específicas de nuestro pecado? Por supuesto que sí. De hecho, entender el costo exacto de nuestro pecado nos puede motivar a movernos en dirección contraria de las acciones pecaminosas. Usualmente pecamos porque pensamos que obtendremos placer o beneficio de ello. Pero numerosos pasajes de la Biblia muestran claramente que escoger el pecado acarrea un precio alto. muchas, muchas consecuencias potenciales que vienen por nuestros pecados. Basada entre las que podríamos señalar: relaciones tensas, ansiedad y depresión.»
Permítanos contarle una historia real. Laura tuvo relaciones sexuales durante su tiempo de universidad. Quedó embarazada de su novio. En medio del desespero y ante la posibilidad de disgustar a sus padres, recurrió al aborto. Desde entonces, la sensación de culpa la acompañó por más de treinta años.
En una reunión en una iglesia local le hablaron del amor de Dios y de la gracia. Al comienzo no entendió y, más, cuando a la luz de la Biblia explicaron que el Señor Jesús pagó por los pecados de todos nosotros en la cruz.
“Eso no es para mí. Aborté. Acabé con una vida humana inocente e indefensa”, repetía, reflejando dolor en su rostro.
Cuando se le explicaron los alcances ilimitados de la gracia, que reflejan el amor de Dios por los pecadores, procedió a algo fundamental: perdonarse a sí misma. Fue libre de las ataduras de culpabilidad que cada día Satanás apretaba más sobre su vida.
Ese día, al recibir la revelación de lo que significa ser salvos por gracia, descubrió que era una enseñanza que no había recibido durante muchos años como cristiana. Aun cuando ahora estaba casada y era madre de dos hijos, creía que su destino eterno era la condenación por haber abortado. Un pecado del que se arrepintió, pero que la perseguía y no la dejaba dormir en paz.
LA GRACIA DE DIOS, UN REGALO INMERECIDO
Si nos atenemos a nuestra vida de pecado, no tendríamos derecho alguno a la salvación. La expectación de muerte y de condenación son inevitables. Sin embargo, el amor de Dios llevó a que definiera un plan para evitar nuestra perdición eterna. Su Hijo Jesús materializó el plan redentor en la cruz:
“Con todo, él llevará sobre sí nuestros males, y sufrirá nuestros dolores, mientras nosotros creeremos que Dios lo ha azotado, lo ha herido y humillado. Pero él será herido por nuestros pecados; ¡molido por nuestras rebeliones! Sobre él vendrá el castigo de nuestra paz, y por su llaga seremos sanados. Todos perderemos el rumbo, como ovejas, y cada uno tomará su propio camino; pero el Señor descargará sobre él todo el peso de nuestros pecados. Se verá angustiado y afligido, pero jamás emitirá una queja; será llevado al matadero, como un cordero; y como oveja delante de sus trasquiladores se callará y no abrirá su boca.” (Isaías 53: 4-7 | RVC)
Una profecía de la antigüedad que se materializó en el Calvario, donde cada gota de sangre del amado Salvador, nos limpió de toda maldad. Murió para traernos la salvación.
Para salvar al mundo vino Jesús. Y anota el apóstol Juan:
“Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su nombre, les dio la potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.” (Juan 1: 12, 13 | RVC)
Sin embargo, Dios no obliga a nadie a creer. Es una decisión por la que debemos responder, como deducimos de la advertencia del Jesús el Señor:
“El que cree en el Hijo tiene vida eterna, pero el que se niega a creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios recae sobre él.” (Juan 3: 36 | RVC)
La posibilidad de nacer de nuevo (Cf. Juan 3: 3, 6-8) y emprender una nueva vida con el Señor, está en sus manos.
El único camino a la salvación, provisto por la gracia de Dios, es Jesucristo:
“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, que es Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo.” (1 Timoteo 2: 5, 6; | Juan 5: 11, 12| RVC)
En el portal cristiano, Tengo Preguntas, leemos una explicación interesante:
«Cuando pecamos, experimentamos los síntomas de la muerte espiritual. Puede que nos sintamos culpables, vacíos, confundidos o desconectados de Dios. Actuamos como los injustos, en lugar de actuar como personas justas. Nuestro pecado, aun como creyentes, lastima el corazón de Dios y contrista su Espíritu (Efesios 4:30). A pesar de que no anula nuestra relación con él, nuestro pecado pone una barrera entre nosotros.»
El teólogo y escritor, Charles Swindoll, explica:
“Llegar a ser cristiano no tiene nada que ver con lo que hacemos o cuan duro trabajemos. En absoluto. Es un asunto de gracia, no de obras. Las personas no nacen en buena relación con Dios. Por esa razón quien espera pasar a la eternidad con Él, debe nacer de nuevo, nacer espiritualmente. Aún más, las personas no llegan a ser cristianas porque van a la iglesia o porque han sido bautizadas en alguna iglesia.” (Citado en el libro: “Más cerca de la llama.”)
Sobre la base de lo que enseñan las Escrituras, la salvación es un regalo de Dios y es meramente por gracia. Lo que nos pide el Padre es que nos acerquemos a Él en fe y aceptemos ser salvos. No nos obliga.
Cuando creemos en Jesús el Salvador, Él viene a vivir en nosotros y el Espíritu Santo se convierte en nuestra fuente de poder.
Charles Swindoll aclara el asunto:
“Usted no hace ni una sola contribución a su nueva posición ante Dios al hacer esto o aquello, o dejar de hacer ciertas cosas. La transacción se basa en la gracia. Es la gracia sin igual de Dios, su favor inmerecido.”
Piénselo por un instante: Jesús ya pagó por todos sus pecados. Lo que resta es apropiarnos de la gracia de Dios para que nuestros pecados queden totalmente borrados (Miqueas 7: 18, 19), experimente la transformación que anhela y tenga la certeza de la vida eterna.
Hoy es el día para abrirle las puertas de su corazón a Jesucristo. Es la mejor decisión que podrá tomar en su vida.
@SalvosporlaGracia | ©Fernando Alexis Jiménez
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