En primer lugar, de cara a la resolución de los conflictos, es necesario ponderar el perdón. La razón es sencilla: cuando se presentan desavenencias, algunas de ellas complejas, producen heridas emociones, algunas difíciles de borrar.
Fernando Alexis Jiménez | Editor de la Revista Vida Familiar
No hay matrimonio que no haya experimentado o quizá aún hoy esté enfrentando situaciones difíciles. Esto, por supuesto, tiene incidencia en el entorno familiar. Es apenas natural porque cuando hay divergencias entre los cónyuges, esas diferencias tienen repercusiones en las relaciones con los hijos.
Estas situaciones alimentan sentimientos de desilusión y desesperanza y, si no hay solución oportuna y apropiada, inevitablemente se presentarán:
- Enojo
- Frustración
- Dolor
- Resentimiento
- Deseos de renunciar a todo y a todos.
En medio de las circunstancias caóticas hay quienes se dan por vencidos o vuelven atrás- Por supuesto, esos mecanismos no funcionan. Quienes son lastimados, igualmente lastimarán a otras personas.
En otras palabras, es una dinámica dañina de esparcir el dolor, asunto que por supuesto, resulta lamentable.
¿QUÉ HACER EN MEDIO DE LAS CRISIS?
En primer lugar, de cara a la resolución de los conflictos, es necesario ponderar el perdón. La razón es sencilla: cuando se presentan desavenencias, algunas de ellas complejas, producen heridas emociones, algunas difíciles de borrar.
La única salida, es el perdón. Perdonar al cónyuge, a los hijos y, a su vez, los hijos a los padres.
En el proceso para concluir que es imperativo el perdón, debemos preguntarnos:
- ¿Qué nos ha generado dolor en la relación conyugal y con los hijos?
- ¿Ha habido problemas en las relaciones interpersonales en la familia y con las personas que nos rodean?
- ¿Cuáles de nuestras actitudes se encuentran fuera de control?
- ¿Cómo podemos actuar en próximas ocasiones cuando se presenten situaciones similares?
Solamente el perdón nos permite comenzar de nuevo. Jamás pierda de vista el hecho de que las crisis en manos del Señor pueden convertirse en oportunidades.
“Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a Su propósito.” (Romanos 8: 28; Génesis 50:20| NBLA)
Si nuestra vida está en Dios, Él nos ayudará a encontrar la salida, cualquiera sea el laberinto en el que nos encontremos.
EL ENOJO DESCONTROLADO DESTRUYE
Todos los seres humanos nos enojamos. Es algo inherente a todas las personas. Previsible y en cierta medida, normal. El problema radica en que el enojo se convierta en algo recurrente y descontrolado.
Las emociones explosivas suelen ser destructivas y mucho más cuando anidan y toman fuerza en la vida familiar.
El apóstol Pablo lo expuso en los siguientes términos:
“Enójense, pero no pequen; no se ponga el sol sobre su enojo, ni den oportunidad[a] al diablo.” (Efesios 4: 26, 27| NBLA)
Observe cuidadosamente que quien toma ventaja de nuestras emociones descontroladas es el adversario espiritual.
Por su parte el rey Salomón en los proverbios nos instruye:
“El necio da rienda suelta a su ira, pero el sabio la reprime.” (Proverbios 29: 11| NBLA)
Conscientes de la debilidad o proclividad de muchas personas a enojarse, el consejo a seguir es que no permitamos que tome fuerza en nuestro ser:
“Esto lo saben, mis amados hermanos. Pero que cada uno sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para la ira; pues la ira del hombre no obra la justicia de Dios.” (Santiago 1: 19, 20 | NBLA)
Medir cuidadosamente lo que vamos a hacer, de la mano del Señor, nos ayudará a evitar muchos dolores de cabeza. Es el mejor camino para no seguir incurriendo en equívocos.
Cabe aquí acoger lo que recomienda el rey Salomón:
“La suave respuesta aparta el furor, pero la palabra hiriente hace subir la ira.” (Proverbios 15: 1 | NBLA)
Es importante que periódicamente evaluemos cómo son nuestras reacciones frente al enojo de las personas con las que interactuamos diariamente, comenzando por nuestros familiares.
TRANSFORME EL ENOJO CON AYUDA DE DIOS
El enojo puede expresarse de manera constructiva como coinciden en asegurar los especialistas.
¿De qué manera? Cuando lo sometemos en manos de Dios y no descargamos la furia en los seres que amamos. Si lo hacemos, destruimos nuestra vida, la de quienes integran la familia y levantamos barreras con las personas que nos rodean.
Cuando nos acogemos a la gracia de Dios por fe, en Su poder y no en nuestras fuerzas, avanzamos hacia los cambios:
“Sea quitada de ustedes toda amargura, enojo, ira, gritos, insultos, así como toda malicia. Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo.” (Efesios 4: 31, 32 | NBLA)
Estos principios trazados por la Palabra son fundamentales y tienen particular aplicación en la relación con el cónyuge y los hijos.
EL VALOR DE LA SUMISIÓN EN LA FAMILIA
Para muchas personas el concepto de sumisión que aprendemos en la Biblia resulta molesto. De hecho, choca con nuestro orgullo e individualismo.
La sumisión debe ser mutua entre los componentes de la pareja. Así lo leemos en la carta a los creyentes de Éfeso:
“Sométanse unos a otros en el temor de Cristo. Las mujeres estén sometidas a sus propios maridos como al Señor.” (Efesios 5: 21, 22 | NBLA)
La sumisión bíblica no implica renunciar a nuestra capacidad y forma previsible de reaccionar cuando nos sentimos provocados por algo o alguien.
En la Palabra aprendemos alrededor del sometimiento…
- Someternos a Dios (Santiago 4: 7)
- Sometimiento al gobierno civil (Romanos 13: 1-7; 1 Timoteo2: 1-4, 1 Pedro 2:13-17)
- Someterse a los padres (Efesios 6:1-3; Hebreos 13: 17)
- Sometimiento al esposo (1 Pedro 3: 1-4)
Someternos unos a otros al interior de la familia, forma parte del plan divino para nosotros y la familia. Si se nos dificulta, es necesario pedirle a Dios que nos ayude.
© Fernando Alexis Jiménez | @Devocionales35