La cruz es un símbolo de victoria para los cristianos. No podemos avergonzarnos de ella. En el madero, nuestro amado Dios y Salvador trajo perdón a nuestros pecados, nos libró de la idea del padre, nos ofrece una nueva oportunidad y nos asegura la vida eterna junto a Él. Estudio Bíblico.
Fernando Alexis Jiménez | Editor del portal Familias Sólidas
En medio de las discusiones y diferencias que surgen al interior de muchas denominaciones, está su apreciación alrededor de la cruz. “Es un símbolo de maldición”, dijo alguien, visiblemente escandalizado. Otro replicó: “No veo razón. Fue allí donde Cristo nos libertó del pecado”.
¿Realmente es así? Sin duda hay un enorme equívoco. La cruz vacía no es un símbolo que evoca la maldición, sino por el contrario, un símbolo de victoria.
El teólogo anglicano, John Charles Ryle (1816-1900), escribió alrededor de lo que significa la cruz, comentario que cobra particular vigencia en nuestro tiempo:
“Puede usted saber mucho de Cristo, por una especie de conocimiento mental. Puede saber quién fue, cuándo nació y lo que hizo. Puede conocer sus milagros, sus dichos, sus profecías y sus ordenanzas. Puede saber cómo vivió, cómo sufrió y cómo murió. Pero, a menos que conozca por experiencia el poder de la cruz de Cristo, a menos que conozca y sienta en su interior que la sangre derramada en aquella cruz fue para salvar sus pecados particulares, a menos que esté dispuesto a confesar que su salvación depende enteramente de la obra que Cristo cumplió en la cruz; a menos que éste sea su caso, Cristo no será de ningún provecho para usted. Simplemente conocer el nombre de Cristo nunca lo salvará. Tiene que conocer su cruz y su sangre, de lo contrario, morirá en sus pecados.”
Antes que maldición, la cruz fue el madero de sacrificio en el que Jesucristo logró la victoria para todos nosotros, como anota el apóstol Pablo:
«Antes… ustedes estaban muertos en sus transgresiones. Sin embargo, Dios nos dio vida en unión con Cristo, al perdonarnos todos los pecados y anular la deuda que teníamos pendiente por los requisitos de la Ley. Él anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz. Desarmó a los poderes y a las autoridades y, por medio de Cristo, los humilló en público al exhibirlos en su desfile triunfal.» (Colosenses 2: 13-15 | NVI)
Cuando los seguidores del Salvador, sus discípulos, miramos al Calvario, vemos allí el sacrificio del Hijo de Dios por nuestros pecados, en el que, además de limpiarnos, nos libra de la condenación, nos brinda una nueva oportunidad y nos asegura la eternidad con Él.
LIBERTADOS DE LA CONDENACIÓN
A menos que Cristo hubiese muerte en la cruz por nuestros pecados, estábamos irremisiblemente condenados por la eternidad. Puede que usted considere que es una buena persona y que no procura el mal de nadie, pero, aunque se niegue a aceptarlo, es pecador. Y todo pecador se hace merecedor del infierno.
El autor teólogo colombiano, Raúl Pulido, enfatiza la naturaleza de pecado que nos acompaña:
“La naturaleza pecaminosa o pecado original acompaña el nacimiento del hombre hasta el día de su muerte. Ejerce una influencia negativa en todo su ser. La naturaleza pecaminosa o carnal que cada ser humano hereda es la responsable de generar toda influencia hacia el mal: esa es la fuerza interna que hace que el hombre se incline hacia lo prohibido, hacia aquello que no le agrada a Dios, a la desobediencia.”
Sin embargo, el amor que Dios nos tiene llevó a que, mediante el sacrificio de Su Hijo, se materializara la gracia, como explicó el apóstol Pablo a los creyentes de Filipos:
“La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” (Filipenses 2: 5-8 | NVI)
Todo cuanto nos acusaba, quedó limpio delante del Padre. La maldad fue lavada con cada gota de sangre que vertió nuestro amado Redentor. Sufrió lo que usted y yo merecíamos por nuestros pecados.
PABLO ENTENDIÓ LA GRANDEZA DEL SACRIFICIO
Si encontráramos hoy al apóstol Pablo en un centro comercial, sin duda no se sentiría avergonzado de llevar impresa una cruz en su camiseta deportiva, en la Biblia o quizá, como símbolo en cualquiera de sus prendas.
Él entendió la grandeza del sacrificio de Jesús en la cruz. En su carta a los creyentes de Galacia, dejó expresada su apreciación sobre la cruz:
«En cuanto a mí, jamás se me ocurra jactarme de otra cosa sino de la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo ha sido crucificado para mí, y yo para el mundo.» (Gálatas 6: 14 | NVI)
Y, también anota lo siguiente:
«He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí.» (Gálatas 2: 20 | NVI)
Y por supuesto fue Pablo quien anticipó que pocos entenderían el significado del sacrificio redentor:
“Pues Cristo no me envió a bautizar, sino a predicar las buenas noticias y eso sin discursos de sabiduría humana, para que la cruz de Cristo no perdiera su eficacia. Me explico: El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden; en cambio, para los que se salvan, es decir, para nosotros, este mensaje es el poder de Dios.” (1 Corintios 1: 17, 18 | NVI)
¿Comprende la contundencia de esas breves palabras? Está dejando sentado que los creyentes en Jesús no debemos mirar la cruz como símbolo de maldición, donde quiera que la veamos, sino como un estandarte de victoria porque en ella el Maestro nos hizo justos delante del Padre. Borró nuestros pecados del ayer, incluso aquellos que tanto nos avergüenzan.
UN SÍMBOLO DE ETERNA VICTORIA
C. Ryle (1816-1900)hace un énfasis particular en esa victoria obtenida por Cristo en el Gólgota, a favor de los pecadores:
“Jesucristo crucificado era el gozo y deleite, la esperanza y la con[1]fianza, el fundamento y el lugar de descanso, el arca y el refugio, el alimento y el remedio para el alma de Pablo. No pensaba en lo que él mismo había hecho ni en lo que él mismo sufría. No meditaba en su propia bondad, y su propia justicia y rectitud. Amaba pensar en lo que Cristo había hecho, la justicia de Cristo, la expiación de Cristo, la sangre de Cristo, la obra consumada de Cristo. En esto era que se gloriaba. Esto era el sol de su alma.”
Jesús en la cruz, nuestro Redentor, es el centro de todo el mensaje evangélico que jamás debemos olvidar. Este planteamiento, por supuesto, dista mucho de quienes se enfocan en predicar un mensaje agradable, de realización plena, sin enfatizar lo que Cristo hizo por nosotros.
El teólogo y expositor dominicano, Sugel Michelen, se refiere al alcance de la obra de Jesús en la cruz, cuando escribe:
“Ese es el alto costo que Dios pagó por nuestra salvación. Solo Dios podía absorber el peso de Su propia ira y Él estuvo dispuesto a pagar ese precio en la persona de Su Hijo amado. Cristo entregó Su vida en la cruz como nuestro sustituto y así abrió para nosotros una vía de acceso a la presencia misma de Dios.”
Piense en toda su trayectoria de vida. Solo merecía la muerte. Sin embargo, la obra de Jesús en la cruz marcó un antes y un después, para traer perdón a su existencia y darle una nueva oportunidad.
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TOMAR LA CRUZ Y SEGUIR A JESÚS
El apóstol Pablo en su carta a los creyentes de Corinto enfatizó que, en medio de los gentiles y aún los judíos, no se enfocó en nada más que en saber de la cruz y del sacrificio redentor que Jesús consumó allí (1 Corintios 2: 2).
Pablo escribió a los cristianos del primer siglo:
“Porque ante todo les transmití a ustedes lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras, que se apareció a Cefas y luego a los doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayoría de los cuales vive todavía, aunque algunos han muerto. Luego se apareció a Santiago, más tarde a todos los apóstoles, y por último, como a uno nacido fuera de tiempo, se me apareció también a mí.” (1 Corintios 15: 3-8 | NVI)
Él entendió, en la práctica y en su vivencia diaria, lo que enseñó Jesús alrededor de tomar la cruz:
«El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que se aferre a su vida la perderá; y el que pierda su vida por mi causa la encontrará.» (Mateo 10: 37-39 | NVI)
Es hora de hacer un alto en el camino. Su vida encuentra sentido y propósito cuando reconoce que, la pecaminosidad en la que se desenvuelve hoy, es tanto como transitar en un laberinto sin salida.
Usted necesita ser perdonado. Y esto es solo posible no por merecimiento alguno, sino por la gracia de Dios. Él borra toda su maldad y le permite emprender un nuevo camino. Gracia, nada más que eso.
Pero algo más: Dios no lo obligará jamás a aceptarla gracia. Es una decisión que usted deberá tomar. Nadie más podrá hacerlo. Aprópiese de la gracia divina. Hoy es el día para dar ese paso. Ábrale las puertas de su corazón a Jesucristo como su único y suficiente Salvador.